EXTRA II:

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EXTRA II:

Antonio:

─Veo tanto maquillaje excesivo ─suelto a Lisa al verla salir junto con su madre.

Nunca imaginé que los 17 años de mi hija llegaran tan pronto. Siento que me faltaron muchas cosas por hacer en su infancia, pero su madre se consuela diciéndome que puedo pasar tiempo de calidad con ella haciendo las que le gustan, como escuchando música o ayudándola a buscar una buena universidad. Tanto cambió en los últimos 10 años que ya ni recuerdo como era la vida antes.

Vanessa estuvo llorando mucho rato cuando nos enteramos que por segunda vez estaba embarazada. Ingrid le dijo que Lisa podía quedarse en su departamento esa noche y ambos aceptamos porque había que conversar. La conclusión que sacamos fue que, tras haberse tomado la píldora, Vanessa vomitó y por eso no tuvo el resultado correcto, por tanto, nos quedamos embarazados. Pasé la madrugada completa a su lado diciéndole que lo haríamos de forma estupenda, que debía calmarse porque eso le haría daño al bebé. La logré convencer cuando ya el sol estaba alto en la mañana.

Acordamos que haríamos todo bien y pedimos una cita con un ginecólogo para que nos confirmara lo que tres pruebas habían demostrado. Cuando fuimos ─a la mañana siguiente─, a la consulta los resultados arrojaron que, en efecto, Vanessa estaba embarazada de solo 4 semanas, era mío. No lo dudé en ningún momento, pero esa sentencia me dio una tranquilidad interior un poco rara. Regresamos a su departamento en silencio, ambos sin mirarnos durante todo el trayecto.

Esa misma noche hablamos con nuestra hija. Fue difícil que entendiera que tendría un hermanito o hermanita carnal por completo, pero que sus padres no estaban juntos. Esa tarde no cenó, se fue a la cama confundida, ni siquiera quiso que yo le leyera. Vanessa ─que estaba ya bastante tensa─, pasó otra noche llorando a mares.

Lo peor de todo fue que a la mañana siguiente cuando la niña estaba en la escuela recibimos un mensaje de Alan Mackenzie que tenía urgencia de hablar con nosotros y que estaba abordando un vuelo a Chicago. Al salir del trabajo, Nessa me estaba esperando y me contó que Lisa había hablado con su abuelo.

Esa tarde cuando llegamos la niña tenía lecciones de baile, pero el señor Mackenzie le dijo que solo por ese día no podría ir. Él le compró un videojuego que la tuvo entretenida hasta la hora de dormir. En ese rato el padre de Nessa nos sentó a ambos en el sofá de su casa y nos dio una terrible reprimenda por confundir a su nieta. Fue chocante cuando Vanessa comenzó a sollozar y su padre le dijo «Deja de llorar como si tuvieras el SIDA y enfócate en entender tus fallos como madre». Alan Mackenzie nos exigió que formalizáramos la relación o dejáramos de tener sexo sin compromiso porque eso confundía a Lisa. Cuando terminó su reprimenda le dio un beso en la frente a su hija y la felicitó, a mí me dio unas palmadas en el hombro. Luego se fue a ver a su nieta. Vanessa se quedó sentada con una cara extraña. Su padre acordó que se quedaría hasta que ella diera a luz para ayudar, pero que estaría en una habitación de un hotel.

Los demás se tomaron muy bien el hecho de que fuera a ser padre otra vez. Durante tres noches más me tuve que quedar en el departamento de mi chica porque estaba asustada. Una madrugada cuando se quedó dormida encontré ─en una gaveta─, el maldito vibrador. Sentí tanta rabia de ese aparto que lo boté a la basura. A la mañana siguiente llevé a la niña a la escuela y ella se fue al trabajo.

En la tarde tendría a Lisa en mi casa, así fue. La acosté a dormir y cuando lo iba a hacer yo alguien llamó a la puerta. Tuve un ataque de risa cuando me preguntó qué había hecho con el regalo que Ingrid le había dado. Le dije que ella no necesitaba eso teniéndome a mí. Me peleó hasta cansarse y luego me dijo que yo tomaría el lugar del objeto.

Mackenzie [✓] EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora