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En el baño de su apartamento, Muriel Stacey trataba de retirar la bandita de su dedo sin que le doliese, pero Sebastian se ofreció a hacerlo, le dio un beso en el cuello y le hizo un cumplido sobre el olor a vainilla estable en su piel, luego ella besó sus labios mientras sus narices se acariciaban.

«Abre tus ojos» escuchó.

Entonces Muriel despertó.

«Que vergüenza» murmuró y se levantó de la cama.

El calendario en su cocina decía que era 27 de abril, en el día 29 había un corazón dibujado.

En una cancha cercana a la escuela, a unos pocos minutos de entrar, Jerry jugaba baloncesto, mientras que Moody apostaba a su favor. Cuatro juegos seguidos aquella mañana. Comenzaron con tiro libre, el chico Baynard arrasaba con todo, hasta que en el último partido su oponente le dio un codazo en el rostro.

–¿Qué demonios te pasa? –se quejó, señalándolo.

–Esto es básquetbol callejero, no la NBA –respondió el otro.

–¿Qué mierda quieres decir? –se abalanzó hacia él.

Moody los separó, le entregó el dinero al otro chico y llevó a Jerry a sentarse junto a él en unas escaleras. Un muchacho pasó por ahí vendiendo ostras.

–¡Hey! –le grito Spurgeon luego de un largo silbido– ¿Cuánto por toda la bandeja?

Le pidió cinco dólares.

‐¿No iremos a la escuela hoy? –preguntó Jerry rociando gotas de limón sobre lo que comía.

El chico se encogió de hombros.

–No lo sé, tu dime. Aún hay demanda.

–Al carajo –respondió–. Uno más, ganemos dinero.

Moody sacó su billetera para pagarle al muchacho, Jerry notó que éste aún tenía la pulserita dorada, la que iban a hacer que Sebastian le diera a la señorita Stacey, entonces le preguntó por qué no la había devuelto, a lo que éste le respondió que porque no la habían aceptado. De todas formas, la había guardado porque tampoco tenía a quien dársela.

–Pues yo si tengo a alguien en mente, pero no se si tengo el valor –dijo el muchacho Baynard luego de pensarlo.

–¿Ah sí? –la extendió, Jerry la tomó –. Veamos si tienes el valor.

Mientras tanto, en la escuela, Diana miraba hacia el último asiento de la clase, pensativa.

Durante la salida, Gilbert vio pasar a Sebastian junto a Stacey, quien hablaba con unos alumnos. Puso atención a cada movimiento que los dos hicieron, por un momento pensó que estaba todo perdido, hasta que cuando el hombre estuvo en su auto duró varios segundos viendo a Muriel, quien aguantaba las ganas de girarse.

Gilbert Blythe tuvo una idea.

La primera sonrisa en muchos días apareció en su rostro.

「𝐋 𝐎 𝐕 𝐄, 𝐩𝐭. 𝐈 ; 𝐀𝐧𝐧𝐞 𝐰𝐢𝐭𝐡 𝐚𝐧 𝐄」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora