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En el auditorio, Muriel y Sebastian alistaban los últimos preparativos para el acto cívico. Ella hablaba de vestuarios y cosas que a Bash no le interesaban, puesto que su único centro de atención era aquella mujer, aquella bella mujer.

Dando dos pasos al frente, la tomó de las manos.

–Ven a mi casa. Cocinaré algo.

–¿Justo ahora? –preguntó con la palidez apareciendo en su rostro.

–¿Tienes algo que hacer?

–Sí –sacudió su cabeza–. Digo, sí, iré a tu casa.

–¿Piensas en que pasara si vienes? –sonrió el hombre– ¿A que le tienes miedo? Tal vez te dé un poco de Coñac de nuevo, para que digas cosas que no quieres decir. Haremos muchas cosas que ni siquiera se nos ocurrirían.

–No puedo –dijo Muriel, finalmente. Lo soltó con el fin de marcharse. Bash le pregunto el por qué–. No puedo porque no estoy libre. No puedo tener nada contigo. Nunca.

–¿Por qué? –volvió a preguntar, con una especie de sonrisa asomándose— Estamos juntos todo el día, ambos sabemos que ocurre. Ayer viniste a mi oficina ocho veces, después del ensayo, con excusas diferentes. No creo malinterpretarlo, cuando te llego a tocar… –dijo poniendo una mano en su mejilla– lo puedo sentir. ¿Cuál es el problema?

–Por favor, no preguntes, solo no puede ser.

Sebastian soltó un suspiro.

–¿De que hablas? Tienes que decirme. No somos niños, no soy tu alumno.

Ella quiso llorar.

–Por favor, no me odies.

–Yo lo decidiré –respondió con voz calmada–. Te escucho.

Muriel tomó aire.

–Estoy comprometida –dijo con lágrimas en sus ojos–. Me mudaré a Nueva York el siguiente mes, para casarme. Ya tengo trabajo. Me casaré y me mudaré.

Sebastian trato de parecer lo más calmado posible, pero falló.

–Entonces, ¿qué quieres hacer?, ¿Qué haces conmigo?

–No quiero nada, ¿Qué he hecho? Estoy tratando de contenerme, soy siempre la que dice «No». Te lo digo a ti y me lo digo a mí, cien veces, todos los días. Cada mañana, cuando despierto, trato de ignorar todos los pensamientos. ¿Tienes idea lo difícil que es hacer eso? ¡Es una batalla imposible! Contenerme para no hacer algo malo. Así que no te puedes enojar.

–De acuerdo, te pondré las cosas fáciles. No te preocupes –respondió Sebastian y abandonó el lugar.

A la mañana siguiente, Bash supo que el compromiso era oficial cuando vio a Muriel luciendo su anillo recién ajustado y repartiendo pastelitos a todos en la sala de maestros.

Mirarla dolía.

「𝐋 𝐎 𝐕 𝐄, 𝐩𝐭. 𝐈 ; 𝐀𝐧𝐧𝐞 𝐰𝐢𝐭𝐡 𝐚𝐧 𝐄」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora