60

313 40 51
                                    

Muriel Stacey estaba por bajar la escalera, cuando frente a ella se presentó Peter González. La vio, sorprendido. Sin embargo, no dijo nada hasta que entraron al apartamento y vio las copas y botellas de vino sobre la mesita de la sala.

–¿Estuviste bebiendo? –le preguntó.

–Vinieron unas alumnas, y bebimos un poco.

–¿Un poco? –se quitó la chaqueta.

Muriel estaba seria.

–Tenemos que hablar, siéntate.

–Primero prepárame té –ordenó él.

–No –dijo ella–. Nada de eso. Si quieres, prepáratelo tú, pero primero tenemos que hablar.

Peter tomó asiento y respiró profundamente.

–Mira, yo voy a hablar primero. Sé por qué estás enojada, pero te aseguro que no era mi culpa. Ese tipo es un estafador.

Ella lo vio a los ojos, estaba confundida.

–¿Quién? Espera ¿Qué?

Él volvió a respirar de la misma forma.

–Hice un deposito con los ahorros de la boda, pero no te preocupes, lo voy a encontrar. Voy a recuperar nuestro dinero, no te preocupes.

–¿De qué hablas?, ¿Quién? ¿Qué vas a recuperar? –cerró los ojos e hizo señas con las manos– Detente, no quiero que me lo digas… no quiero saberlo –puso ambas manos sobre sus ojos y soltó aire con la boca–. Peter, debemos terminar.

–Por favor, ¿tanto te importa el dinero? ¿De que estás hablando? ¿Es esto un juego para ti?

–¿Qué dinero? –preguntó ella– ¿De que dinero hablas? Yo ni siquiera sabía nada de ningún dinero, Peter mira, no podemos estar juntos porque esta no es la vida que yo quiero para mí.

–Entiendo, Muriel. Estás molesta conmigo porque no te saco a pasear, pero no conozco Avonlea…

–¿De que demonios hablas? –dijo con voz fuerte– ¿Cómo que «Sacarme»? No soy una niña, soy una mujer adulta ¡No puede ser! ¿Acaso crees que mi único propósito en la vida es atenderte?

–¿Qué puede ser mas importante que ser una buena esposa? ¿Estás consciente que nos vamos a casar? Nuestros padres están…

–Muy felices, ¿cierto? ¡Muy felices! –cada vez levantaba más la voz– Están contentos que por fin voy a regresar a Nueva York a vivir con ellos y no voy a acabar siendo una solterona. Tú también debes estar muy feliz, ¡Te conseguiste una sirvienta que te va a atender durante el resto de tu vida! No hay problemas, ¡y solo la tienes que sacar a pasear los fines de semana!

Peter tomó su mano.

–No lo digas así, pero ¿Qué te pasa?

Ella la soltó.

–Nada, no tengo nada, Peter. Todos ustedes tienen razón y yo estoy mal. ¡Y no me quiero casar! ¡Quiero que nosotros terminemos!

–Muriel, ve a la cama, descansa, estás ebria. Sabes que no me gusta que…

–¡Peter, vete a la mierda! –gritó.

Él se sorprendió.

–Oye, ¿Qué te pasa? No me hables así...

–Peter, vete. Fuera –lo empujó a la puerta–. No quiero verte más.

–¡Te vas a arrepentir! –dijo.

–¡Largo!

Cerró, soltó aire y sonrió.

En una salita iluminada únicamente por una lampara, Sebastian Lacroix leía un libro. Iba por la mejor parte cuando el sonido del timbre lo detuvo. En la entrada estaba la maestra Roberts con una botella de vino en mano, le recordaba que tenían una «Cita pendiente». Él la invitó a pasar luego que la mujer le insistiera, prácticamente.

–¿Y entonces? –dijo la mujer, cuando ambos estuvieron sentados en el sofá– Cuéntame algo.

–¿Qué quieres hablar?

–Lo que sea, te escucho.

Bash hizo una mueca.

–No estoy de humor para esto, ven, te acompaño a la salida.

–Ay, no seas aguafiestas. Te recuerdo que quedamos en esto.

El timbre sonó, él se levantó.

Era ella.

Muriel estaba frente a sus ojos.

–¿No es muy tarde? –le dijo con su sonrisa angelical.

Sebastian sonrió. La maestra Roberts se apareció tras ellos.

–Ay, Muriel. Todo está arreglado, no te necesitamos –dijo soltando un botón de su vestido rojo, ajustadísimo.

Stacey retrocedió, le entregó la chaqueta a Bash y se fue del lugar.

Él se quedó viendo.

「𝐋 𝐎 𝐕 𝐄, 𝐩𝐭. 𝐈 ; 𝐀𝐧𝐧𝐞 𝐰𝐢𝐭𝐡 𝐚𝐧 𝐄」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora