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Al amanecer, cuando Peter dejó a la señorita Stacey a la escuela le dijo que iría a pasear hasta que ella llegase por la noche, pero antes de subir al auto se tropezó con Bruce, a quien no conocía. Este fingía hablar por teléfono.

–Mira, ya estoy vendiendo mi terreno por cinco mil dólares, solo para poder pagarte, es arriesgado –luego miró a Peter–. Lo siento amigo, no te vi. Estaba en una llamada.

–Entiendo, no hay problema.

Bruce siguió.

–O sea, ¿Qué le pasa a la gente? –señaló su teléfono– Como si no fuera a pagarle. Solo discute y discute. Venderé mi propiedad a mitad de precio para pagarle, eso si encuentro comprador pronto, claro.

–¿No me reconoces? –preguntó Peter algo confundido.

–No, lo siento, hermano –mintió–. ¿Nos conocemos?

–Te confundí con otra persona, perdón. Oí tu conversación cuando hablabas por teléfono, dijiste Charlottetown, ¿cierto?, con exactitud, ¿Dónde está tu propiedad?

Un segundo después, Bruce y Moody se encontraban hablando en un callejón.

–¿Listo? –preguntó el muchacho.

–Sí –respondió el hombre–. Le dije que quedaba en el centro de la ciudad. Me dijo que trabaja en Registro de propiedad, que sabía de esto. Pero no sabe nada.

–¿Qué harás ahora? –le preguntó Moody.

–Me dará un anticipo e irá a ver la propiedad, mi primo le dirá que no es ahí. Aprenderá su lección.

–¿Se la creyó?

–Claro que sí, Spurgeon. Todo va marchando de acuerdo al plan.

Moody le lanzó una sonrisa maliciosa justo en el momento que la campana sonaba.

Diana Barry caminaba a casa, de lo más feliz, con la música a todo volumen en los audífonos conectados a su walkman cuando alguien la tomó suavemente por el brazo. Se giró con el fin de defenderse para un segundo más tarde darse cuenta que se trataba de Billy Andrews.

–¿Qué quieres? –preguntó quitándose un audífono.

Te… te iba a preguntar que si te puedo acompañar a casa, podemos charlar durante el camino.

–¿Sobre qué?

–De todo un poco, de la vida, de nosotros.

–¿Nosotros? ¿Jerry sabe sobre esto? Porque lo veré en el muelle y no te irá muy bien si te ve –mintió.

El sonrió.

–Ya Jerry y yo hablamos. Me dijo que le terminaste y que hiciera lo que quisiera. Así que ya te puedes relajar, podemos estar juntos.

Diana se quitó el otro audífono.

–Espera. ¿Eso fue lo que Jerry te dijo?

–Sí.

–O sea, ¿que él no tiene problema con que yo salga contigo?

–Para nada –se acercó a ella, tocó su mejilla–. El otro día nos interrumpieron cuando estábamos por besarnos.

–¡Para! –dijo nerviosa– Tengo cosas que hacer, te hablo luego. Adiós.

El timbre de la casa Blythe sonó tan solo unos minutos después. Diana le lanzó una bolsa con hamburguesas y papas a Gilbert, entró y se acostó en el sofá.

–Tenemos que hablar –le dijo.

–¿Sobre qué? –pregunto él, tomando asiento.

–Sobre todo. Quiero que me aconsejes, soy una tonta y estoy en un círculo vicioso, me hundo. Dime, ¿Qué opinas de mí?

Le dio un mordisco a su hamburguesa.

–No quiero que me insultes.

Ella medio lo pateó.

–No te voy a insultar. Lo prometo. Lo juro, ¡Habla!

Gilbert tragó.

–Pareces valiente, temeraria y madura, pero eres el mayor cobarde que he conocido. ¿Dónde están tus dibujos?, ¿Te quieres casar y ser de esas señoras que dibujan para ellas cuando terminan de cuidar a sus hijos? ¿Puedes enfrentarte a tus padres y decirles que vas a estudiar diseño gráfico? Por supuesto que no –siguió comiendo–. También está lo de Jerry –ella lo miró con los ojos abiertos de sorpresa– ¿Qué? –dijo él– Es muy claro. Pero solo huyes. Huir es tu estrategia.

–¿De que demonios hablas? –preguntó Diana, levantándose.

–Solo dije lo que querías.

–Bien, continua, te escucho –volvió a recostarse.

Gilbert tomó aire.

–Tú no eres la que elige. Quieres que te elijan. Pero vas sin rumbo. Vives tu vida con base en lo que los otros piensan. Lo que quieres, el trabajo que quieres tener y el hombre con el que estés no te importa. Mientras sea genial para otros, está bien. Ser dependiente de lo que piensen los demás es de cobardes –hubo un milisegundo de silencio–. Está, también, tu problema con el peso. No estás comiendo nada y te matas del hambre…

–No quiero hablar de eso –dijo, esquivando la mirada. Gilbert la miró y siguió comiendo–. Mira, ¡el peso si importa! Ser delgada me abre muchas puertas. Puedo verlo claramente. ¿Qué pasa con los obesos? Los percibimos como débiles. Cuando vemos a uno comer, le decimos que debe cerrar la boca, que se ve horrible. Tal vez no sea tan malo para los hombres, pero una chica obesa, ni siquiera es considerada como una chica. Debes verte bien para que te hagan caso, así es esto.

–Es cierto –dijo Blythe–, pero solo en la preparatoria, Diana. Nada de esto aplica para la vida real. ¿Dirías que un ganador de un premio Nobel «está en muy buena forma»? ¿O le dirías que «está muy gordo» a quien inventó la cura para la gripe?, ¿Eres una vaca para que te juzguen por el peso? Eres una cobarde, no crees en ti.

Diana resopló.

–«Cobarde», mira quien lo dice, ¿ya besaste a Anne?

–No.

–¿Y no lo harás?

Gilbert se quedó callado y siguió masticando.

「𝐋 𝐎 𝐕 𝐄, 𝐩𝐭. 𝐈 ; 𝐀𝐧𝐧𝐞 𝐰𝐢𝐭𝐡 𝐚𝐧 𝐄」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora