Capítulo 26- Sorpresas

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Al día siguiente la normalidad vuelve a mi cuerpo, no me quiero levantar de la cama, estoy demasiado cansada por todo lo que hicimos ayer, esta vez me duele más el pie de lo normal, después le pediré a Stephan que me haga otro de esos masajes milagrosos que el sabe hacer.

Pero no fue mi despertador el que me despertó, alguien me está susurrandome en el oído mientras suavemente me toma del brazo para que reaccione... no es Max, el seguramente me mojaria la cara para despertarme, y no son mis amigas por que es la voz de un hombre.

Abro mis ojos con toda la pereza que existe en mi cuerpo hasta encontrarme con la cara de Matías viéndome triunfante por haber logrado despertarme.

—¿Qué? ¿Qué hora es? — pregunto al ver que todavía no se ve la luz del sol por la ventana de mi habitación

—Todavía no amanece—Me avisa mientras se sienta a lado de mi cama y de una mochila que tenía cargando saca una pequeña manta... ¿Cree que tengo frío? Estamos en la playa

—¿Y porqué me tengo que despertar de mi sueño de belleza? — me quejo pero el lo toma como broma y se ríe

—Te tengo que enseñar una sorpresa... Bueno son dos, pero una es a esta hora— Contesta rápidamente mientras me pasa la cobija

—¿Dos sorpresas? — pregunto todavía sin comprender, a estas horas mi cerebro está apagado y tarda en meditar las palabras que me dicen

Me paro como si todo mi cuerpo me pesara, además el pie no me ayuda en nada, al parecer Matías se da cuenta de mi dolor y después de tapar mi pijama gris con conejitos graciosos con la manta que había traído me da su mano para que me apoye en él a lo que la acepto después de ponerme unas sandalias cómodas para que mi pie lastimado no le duela tanto.

Lo comienzo a seguir como si fuera zombie: sin poder caminar bien, quejándome a cada paso y con los ojos medio cerrados, además mi cara no debe de ser tan plasentera por las mañanas.

Llegamos a la arena de la playa, donde me es más difícil caminar, así que Matías me ayuda a cargandome tomándome de las piernas y pasando su brazo por mi espalda, como si fuera una bebé, no puedo evitar cerrar los ojos mientras mi cabeza se apoya en su pecho, aún tengo sueño y necesito dormir, además que los brazos de Matías son muy cómodos, el aire cálido y el sonido de las olas rompiéndose es muy relajante.

—Mía, no te vuelvas a dormir, por favor — me pide sacando una pequeña risa a lo que cabeceo rápido para despertarme.

Habíamos llegado justo a la orilla del mar, había una lancha muy bonita con un señor a lado vistiendo con ropa muy fachosa, playera gris muy grande y unos pesqueros grises con sandalias de playa... pero yo no me puedo quejar, yo tengo mi pijama de conejitos puesta.

Matías me baja con cuidado de sus brazos y se va un momento con el señor, intercambian algunas palabras, las cuales no pude distinguir bien por el aire que hace y además porque mi cerebro sigue apagado, pero después de unos segundos ya estaba Matías ahí, aún con su mochila colgado de su espalda, estaba vestido casi como ayer, con una playera blanca muy marcada haciendo que se vea más fuerte de lo que normalmente se ve y unos pantalones de mezclilla flojos como si le quedarán grandes, y usando unos zapatos que con solo verlos se ven demasiado finos como para usarlos en la playa, pero a Matías todo le queda perfecto.

Me hace una seña para que me suba al bote a lo que lo sigo sin preguntar, lo único que quiero es un lugar para descansar y de preferencia donde pueda dormir, entro cojeando a la lancha mientras Matías me ayuda, después de que logró instalarme, él entra y se sienta frente a mi, cierro los ojos como si comenzara a dormir pero el sonido del motor al encenderse me despierta nuevamente, luego noto que Matías toma de una palanca y después de decirme "sostente fuerte" comienza a avanzar el bote a una buena velocidad que provoca empujarme un poco hacia atrás, casi me caigo pero me logro sostener rápidamente de una esquina de la lancha, ahora ya desperté completamente, no pienso dormir porque seguramente me voy a caer de la lancha que aunque se ve espacioso para dos personas... mi mala suerte me puede dar una mala jugada.

Los pobres no se mezclan con los ricosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora