Después de nuestra magnífica boda, Brian y yo sabíamos a dónde queríamos ir.
Los demás se decepcionaron un poco al enterarse de que no habría una fiesta como tal; aunque respetaron el que mi esposo y yo deseáramos compartir nuestro tiempo juntos.
Nos cambiamos de ropa por una más cómoda y después partimos hacia la estación de tren. Ambos estábamos muy emocionados, y nos fue inevitable unir nuestras manos importándonos poco lo que pensaran los demás.
Subimos al bonito ferrocarril, en dirección a Viena, en Austria. Recuerdo que tenía sueño, por lo que recargué mi cabeza sobre el hombro de mi esposo y él rodeo mi cintura con nula discreción. Nos daba igual lo que sea que pensara la gente; éramos felices y estábamos juntos. ¿Qué más podíamos pedir?
Llegamos a nuestro destino cinco horas después. Al parecer Brimmi también se había dormido, y aunque era algo tarde —las nueve de la noche—, ninguno de los dos tenía sueño o estaba cansado.
Salimos de ahí y nos dirigimos a nuestro hotel, lugar donde dejamos las maletas y todas las cosas que traíamos, no sin besarnos y dedicarnos dulces y enamoradas miradas de por medio, por supuesto.
Creí que ahí terminaría el día, sin embargo mi cónyuge me pidió levantarme de la cama y acompañarlo a un lugar, con los ojos vendados.
Acepté, algo extrañado por aquella sospechosa petición.
—¿Sí, mi amorcito precioso? Tengo algo para ti —dijo, sonriendo y besando mi rostro repetidas ocasiones.
—¿Algo para mí? Brimmi, siempre tienes algo para mí —respondí, queriendo ser yo quien le diera algo alguna vez.
—Tú me das todo tu amor, angelito, ¿vienes?
Asentí, y pasados unos minutos salimos del antiguo edificio. Al parecer el lugar se encontraba cerca puesto que no tuvimos que caminar mucho para llegar.
Alcancé a leer un poco del nombre del lugar —mismo que estaba en Alemán— antes de que un fino pedazo de tela cubriera mis ojos. Reí nervioso y Brian besó castamente mi mejilla.
—Por aquí, hermosura —dijo, tomando mi mano con suavidad.
Reí nervioso de nuevo y seguí sus pasos, temiendo caer aunque sabiendo perfectamente que no lo haría.
—Ya casi llegamos, dulcecito —me hizo saber y yo sonreí, no sabiendo muy bien qué esperar.
—De acuerdo, Bri —respondí.
Caminamos otros pasos más y, finalmente, se detuvo, por lo que yo le imité segundos después.
—De acuerdo, cariño —comenzó—. Quiero decirte que espero te guste éste lugar, porque lo traje pensando en nosotros dos y bueno, en lo que significa para nuestra relación.
Quitó la venda de mis ojos con lentitud y, luego de unos segundos, al yo abrir los mismos, me fue inevitable sonreír.
Un infinito jardín de dalias de inagotables colores se encontraba delante nuestro. Las estrellas hacían acto de presencia, lo que le dio más magia al asunto. Había algunas farolas iluminando el camino, y a nuestra derecha, a unos cinco metros, se encontraba una pequeña orquesta.
—Sé que no es un lugar convencional para bailar —dijo—. Pero en las bodas siempre hay un baile, ¿no?
Sonreí con ternura y asentí frenéticamente, sintiendo mis ojos cristalizarse, mas no de tristeza.
Tomé su mano con la mía y él sujeto mi cintura con la restante. Los integrantes de la orquesta —que no eran más de doce—, comenzaron a tocar una hermosa canción cuyo nombre desconocía, sin embargo sólo me motivaba más a bailar; me hacía sentir más vivo y creo que a Brian también.
—El vals de los patinadores —dijo—. Es precioso, ¿no? —inquirió tras un rato de silencio en el que nuestro objetivo principal era mirarnos y perdernos con ello.
—A pesar de que ni tú ni yo somos patinadores, es hermoso —respondí, y sus ojos tomaron un brillo todavía mayor—. Gracias, esposo.
Sonrió de manera brillante al ser llamado de aquella manera, por lo que apegó más nuestros cuerpos mientras la música seguía sonando y nosotros continuábamos bailando.
—Yo soy el que debería agradecerte a ti, esposito —aseguró, yo negué con la cabeza sintiendo mis mejillas arder.
—No. Mejor bésame —dije y él sonrió.
Segundos después unió nuestros labios con delicadeza y mucho, mucho amor, porque ése sentimiento era más grande cada segundo si es que era posible.
—¿Ya te he dicho que te amo? —preguntó. Yo fingí confusión y lo miré extrañado.
—Creo que no —murmuré, falsamente molesto.
—Bueno, pues te amo —susurró en mi oído, experimentando miles de sensaciones en mi interior.
—Y yo también lo hago, Brimmi. Yo también te amo. Lo hago desde hace muchísimo tiempo.
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🌹El chico del auto rojo 🚗 Maylor
FanfictionYa no sé qué me gusta más, si el auto rojo o el chico que lo conduce. ✨Ganadora en primer lugar de los Milied Awards en la categoría Fluff✨ Descripción: Una historia un poco demasiado fluff/waff, con el shipp ✨maylor✨ como principal, y en un Roger's...