★Connubio★

226 36 37
                                    

Era un lugar pequeño. Sólo personas conocidas se encontraban ahí. John, Freddie, Christine, Winifred, Jim, el gato de Freddie y, por supuesto, mi Brian.

Freddie se ofreció a llevarme hasta el "altar", que no era más que una pequeña piedra que se encontraba sobre el suave pasto. Yo acepté, pero más que nada porque tenía una inmensa cantidad de nervios en mi interior.

No deseaba pasar por todos mis amigos como en una película, simplemente quería abrazar a mi futuro esposo sin tener que ser visto, algo así como teletransportarme, pero claro, eso era algo realmente loco e imposible, por lo que no tuve más remedio que lidiar con la dulce mirada de todos.

Algo que me hizo sentir sin duda alguna mejor fue que Brian también estaba muy nervioso. Movía y miraba sus pies y jugaba con sus manos, algo increíblemente tierno.

Finalmente llegamos ahí, y en el momento en el que Freddie soltó mi brazo y se fue, yo sentí aún más nervios en mi ser, sin embargo éstos parecieron desaparecer por completo cuando los ojos de Brian conectaron tímidamente con los míos.

Me atreví a dedicarle una pequeña sonrisa, cosa que el también hizo después. No teníamos mucho problema en permanecer así, sin embargo el amigo de Brian, Jim Beach, al parecer sí.

    —Muchachitos, mientras más se apuren en firmar, más temprano llegará su Luna de miel —dijo. Las mejillas de Brian —y supuse también las mías— se pintaron de un sonrojo evidente, mientras algunas risitas nerviosas abandonaban sus labios con lindura.

    —Claro, lo siento, Jim. ¿Es que acaso mi Roggie no está hermoso? —le preguntó con normalidad. Jim rio y yo me sonrojé todavía más.

    —Sí lo está —respondió, riendo todavía—. Bueno, como sabrán —empezó, dirigiéndose a todos en general—, el día de hoy estamos aquí para unir en divino matrimonio a Roger Meddows Taylor y a Brian Harold May. No es una boda común, pero eso no quita que sea hermosa.

La mano de Brian tomó la mía, sujetándola con delicadeza y regalándole un pequeño beso después. Le sonreí en respuesta, deseando con todo mi ser besarlo, pero claro, no podía.

    —Por favor, Brian, diga sus votos —pidió de repente. Su rostro se tornó pálido mientras un pequeño sonrojo adornaba sus mejillas. Creo que no lo había visto así de lindo y tierno antes.

Pronto sus ojos miraron a los míos de vuelta. Acomodó uno de los mechones de mi cabello detrás de mi oreja, descansando su mano en una de mis mejillas después.

Tomó aire y empezó—: ¿Sabes? Cuando te vi por primera vez jamás creí que terminaríamos aquí. Al pie de un falso altar pero compartiendo una unión puramente verdadera. Eres... —miró al suelo y sonrió, tomando mis manos con las suyas—. Eres lo que siempre quise pero jamás creí encontrar. Tu sola voz puede darle sentido a mi vida; a mis días. Todo tú eres maravilloso, y yo... —acarició el dorso de mis extremidades, mientras trataba de que su voz no se quebrase—. Yo siempre estaré agradecido con el universo entero por haberte conocido, por haberte enamorado y por estar hoy aquí, contigo a mi lado. Nunca voy a dejar de amarte, porque cuando eso pase el mundo mismo habrá sido completamente destruido. Siempre serás la luz que ilumina cada uno de mis días, mi amor. Y estaré para ti aun cuando no me lo pidas. Te amo, solecito —sonrió, dejando un tierno beso en mi mano y después limpiando una lágrima que resbalaba sobre mi rostro, misma que yo no había notado hasta el momento en que él hizo aquello.

    —Preciosos votos, joven May —dijo Jim, quien sonreía con los ojos cristalizados—. Ahora usted, Roger.

Yo reí aún más nervioso, mirando hacia otro lado, sabiendo que tenía la atención de todos en mí, y sin embargo eso importándome muy poco. Sólo requería la atención de una persona para ser enteramente feliz.

Traté de relajarme y, tras inhalar y exhalar un par de veces, finalmente hablé—: Brian... Bueno... Tú... Tú me has hecho sentir cosas que nadie más ha logrado; tú tienes la capacidad de hacerme volar, de hacerme... no sé... Tienes el poder de darle sentido a mi vida. Sin ti mi corazón no podría vivir porque... —ahora fui yo quien bajó la mirada, sonriendo nervioso—. Porque el amor que eres capaz de darme es lo que ha ido adornando mi vida. Porque el ser las flores de tu jardín no hace más que avivar el mío, sintiéndome pleno y vivo por ello. Porque... Porque te amo muchísimo y... Y yo... Yo creo que eres alguien mágico; alguien que logra hacerme sentir bien. Alguien que logra que sienta el amor en su máximo esplendor. Y bueno, así como yo ilumino tus días, tú eres la Luna que provoca que mis noches resplandezcan sin descanso y sin miedo; haces de mi vida la perfección con cada sonido que produces; con cada caricia que me regalas, y con ésas sonrisas de diamante que me enamoran más día con día. Te amo, Brian, y voy a hacerlo hasta el día en que el cielo deje de ser azul, las estrellas se apaguen, y hasta que el universo se esfume sin razón. Te amo, y lo haré eternamente, Brimmi.

Sus ojos brillaban, tanto del agua que contenían como de lo lindo que le parecía todo aquello. Sonrió y se acercó hacia mí con intenciones obvias, mas Jim, quien se encontraba limpiándose los ojos con un pañuelo, nos detuvo al pronunciar un «¡no!» en voz alta.

    —Primero tienen que firmar aquí —señaló el acta de matrimonio—. Luego, se entregan sus respectivos anillos, y después ya se besan lo que quieran.

    —Oh, por supuesto —respondió mi casi-esposo, sonriendo—. ¿Aquí, verdad?

Jim asintió, bastante feliz. Brian firmó donde correspondía, con una sonrisa incluso más grande que las demás.

    —Ahora usted, joven Roger —dijo, yo asentí frenéticamente, sonriendo.

Tomé el bolígrafo y dejé mi firma en el cuadro que correspondía.

    —¡Los anillos! —gritó Jim, como si la persona encargada de tenerlos —Christine— se encontrase un par de cuadras lejos, siendo que en realidad estaba a menos de dos metros de él.

Ella sonrió y los dejó en la mesa. Ambos se encontraban en una pequeña canastita de madera color rosa pastel. Tomé el de Brian y Brian tomó el mío.

Sujeté su mano y coloqué el anillo de oro en el dedo anular de su mano izquierda. El sonrió, bastante feliz, aunque no lo culpo, yo también lo estaba.

Hizo el mismo procedimiento con mi mano, quedando mi anillo justo encima de aquel que me obsequió el veinticinco de diciembre, ése con el que me pidió tener un precioso connubio tal como el que compartíamos justo en aquel instante.

Ni él ni yo pudimos esperar a que Jim nos declarara oficialmente como esposos; simplemente no nos resistimos más y unimos nuestros labios en un beso cargado de amor verdadero.

Rodeé su cuello con mis manos y él mi cintura con las suyas. Sonreímos entre el beso. Nuestro sueño estaba siendo finalmente cumplido; estábamos casados sin importar qué dijeran los demás. Sonreí de nuevo, siendo incapaz de evitarlo. Nos separamos sólo un poco para mirarnos a los ojos y, después, besarnos otra vez, demostrando todo el amor y cariño que sentíamos. Ésos que nos otorgaban el deseo de vivir y, sobre todo, agradecer el poder hacerlo.

🌹El chico del auto rojo 🚗 MaylorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora