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Diario del rey —nota 2—:

"Debiste quedarte cuando pudiste".

Salí del castillo y caminé furiosa hacia los campos que rodean nuestro reino. Realmente, la necesidad que tengo de alejarme de esta injusticia es inmensa, pero no tengo cómo, ya que no tengo Alfa y, en esta sociedad, si huyo, seré considerada una paria, una escoria social.

Corrí entre los altos girasoles y me escabullí de los dueños de estas tierras, para llegar sin inconvenientes a una cristalina laguna, la cual se encuentra en los límites de Agustina, a unos metros del bosque. Ahí me esperaba Jereth, un Beta, mi único amigo honesto y mi cómplice.

—¿Cómo te fue, Jim?

—No me escuchó. Tú sabes cómo es ese maldito. Dejaría que todos los campesinos murieran de no ser porque los necesita para poder alimentarse a sí mismo y a los nobles, así que tendrán que seguir sobreviviendo con lo mínimo, al menos hasta que muera. Si tenemos suerte, su Omega logrará convencerlo de algo —expliqué, mientras me quitaba mis prendas para bañarme junto con mi amigo.

—Usualmente, las parejas predestinadas son de la misma clase social. Es casi imposible que una de esas princesitas tenga interés en los asuntos del reino.

—Tienes razón.

Estamos perdidos.

Jereth... —susurré.

—Jimena...

—Huyamos juntos... Podemos empezar de nuevo en otro reino. Ser vendedores o vivir en el bosque, donde nadie se atreve a ir —le propuse. La verdad es que Jereth era tan libre que podría escapar y no pasaría nada. Es un Beta, así que no está obligado a quedarse aquí, no tendrá una pareja predestinada y siempre podrá expresar sus ideas sin agachar la cabeza, a pesar de ser un pobre campesino. Sin embargo, yo estoy obligada a depender de alguien de por vida, por eso quiero escapar de todo.

—Jim, tienes dieciséis y mañana tu Alfa será anunciado. No podemos huir. Podrías morir por la falta de tu destinado y los guardias de la corte te buscarían para decapitarte.

¿Esto podría ser peor?

¡Odio esto! exclamé con furia, golpeando el agua de la laguna.

—Yo también.

—Pero podemos dejarlo. Sabes que te amo.

—Y tú sabes que no puedo corresponderte, va en contra de la naturaleza.

Me dolió, me dolió mucho, más de lo que debería. Sé que no puedo enamorarme de un Beta y menos de un campesino, mas mi corazón ya no me pertenece, así que, si no puedo dárselo, nadie más lo tendrá. Seré libre, una paria, sin Alfa, aunque me toque la muerte. Si no puedo amar como me plazca, ¿por qué seguir viviendo con "dignidad"?

—Jim —dijo Jereth, sacándome de mis pensamientos—, debes darle una oportunidad a tu Alfa. Puede que tengan gustos en común, sabes que por algo la diosa Luna los unirá.

Es verdad, y eso es lo que más me duele: dejar de amarlo y amar a otro. Sé que todas las parejas son felices, tienen descendencia y son fieles hasta que la muerte los separa. Por lo tanto, a pesar de que no quiero esto, no me queda de otra que darle una oportunidad a mi Alfa. Y, quién sabe, tal vez, podamos huir juntos de las pésimas decisiones del rey.

—Tienes razón.

Sonreí, mostrando un ápice de esperanza.

Puede que mi Alfa me haga feliz.

«La Omega del rey» •  [Historia original]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora