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Diario de Jereth —nota 1—:

"Tomé prestado uno de los cuadernos que ocultaba mi padre. Hoy inicio la búsqueda".

La decoración era espléndida; el salón parecía un verdadero sueño, una fantasía. Podría ser por el juego de colores, las esculturas o las flores del bosque, o, tal vez, la combinación de estos, lo que creaba un ambiente mágico. Sin duda, la boda lucía a la altura, pues era la más esperada por todos, ya que el rey Alfa de Agustina uniría su vida con su pareja predestinada, con una simple hija de panaderos.

Para ser honesta, me sentía igual de emocionada, o más, que los invitados y los pueblerinos, aunque también existía otro sentimiento en mí. ¿Era miedo, preocupación o... arrepentimiento? No lo tenía claro, pero pronto dejaría de sentirlo, puesto que la hora estaba cerca.

Mis manos sudaban y mi cuerpo temblaba cada vez más y más. Estaba avanzando paso a paso hacia el altar, donde Gonzalo y el padre me esperaban. También se encontraban Adara, mi dama de honor, y Carlos, el padrino. Todos lucían muy elegantes y, como sus rangos sociales eran elevados, poderosos; sin embargo, todas las miradas estaban fijas en mí. Parecía que buscaban intimidarme o que intentaban descubrir qué tengo de especial para ser la Omega del rey.

No lo sé.

Estás preciosa —me susurró Gonzalo cuando, finalmente, llegué a su lado.

—Gracias —le respondí con un leve sonrojo.

Tomamos nuestras manos, como símbolo de confianza y de compromiso. Entonces, el padre inició la ceremonia. En primer lugar, recitó algunos fragmentos de la Biblia de la Luna, recalcando los deberes de una pareja que se une en sagrado matrimonio. En segundo lugar, nos entregaron los anillos y recitamos nuestros votos.

—Omega Jimena, mi pareja, mi destino y el amor de mi vida, hoy me comprometo a amarte y serte fiel porque es lo que dicta nuestra diosa y porque deseo cumplirlo. —Sonrió, sin dejar de admirarme. —Recuerdo cuando te vi por primera vez. Desde ese momento, supe que quería estar a tu lado para protegerte y permitirte reinar a mi lado. Incluso, mientras más te conozco, más me pierdo en ti. Entonces, hoy te entrego todo con este anillo —dijo firmemente, colocando el anillo de oro en mi dedo, con suma delicadeza, confirmando el pacto.

No puedo hacer esto.

Sin embargo, lo hice. Recité cada palabra del voto que Sofía me había ayudado a escribir. Fue tan monótono y automático, mas Gonzalo no perdía su ánimo, pues la promesa que declaraba en frente de tanta gente era oficial. Incluso, pude ver a mis padres llorar de alegría, completamente orgullosos de mí, ya que les había comprado una buena vida.

—Entonces, los declaro Alfa y Omega. Rey Gonzalo de Agustina, puede besar a la reina Jimena de Agustina —sentenció el padre.

¿Qué estoy haciendo?

En ese momento, se me aceleró el pulso y mi mente se congeló, ¿qué acababa de hacer? Me había condenado y, si fallaba en mi cometido, la caída sería más dolorosa. Me perdí en mis pensamientos, pero, de repente, fui librada de ellos. Nuestros labios se unieron en un suave contacto, regalándome una paz indescriptible. Sujetó mi rostro y lo acarició con cariño, brindándome la seguridad que necesitaba. Mi loba aulló, saltó y mostró su pancita; sin duda, la Luna nos hizo congeniar tanto en cuerpo como en alma.

Después de que se rompiera el beso, escuché una horda de aplausos. Todos se habían parado para felicitarnos y arrojarnos flores, mientras avanzabamos por el corredor. Luego, nos dirigimos hacia el otro salón e inició la recepción, la cual terminaría a media noche, para dar inicio a la temporada de apareamiento.

«La Omega del rey» •  [Historia original]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora