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Diario de Jereth —nota 9—:

"Con el Libro de los Predestinados podré acabar con esto de una vez por todas".

—¿Me crees?

Silencio.

—Jimena, ¿te encuentras bien?

No sé.

Todo mi mundo se acababa de derrumbar. Mi mejor amigo era un asesino y todo era por mi culpa, pues, personalmente, le pedí que buscara a la sacerdotisa; además, fue mi idea asesinar al rey. Él cambió por mi culpa. Todo es mi culpa. ¿En qué estaba pensando? No sé nada sobre gobernar. Estaba llena de odio y, en realidad, mis motivos no eran nobles. No dejaba de repetirme que lo hacía por el pueblo, para vengar muchas muertes, pero era solo una venganza personal. Quería matar a Gonzalo porque lo culpaba de todo lo que me pasó; lo hice responsable cuando el único culpable fue don Joaquín. Todo era mi culpa, por mí, condené el alma de Jereth.

Entonces, una corriente fría atravesó mi espalda y mi respiración comenzó a fallar. Mi cabeza comenzó a dar vueltas, todo se movía en círculos. También me dolía el estómago, como si fuese a vomitar ácido. Sin embargo, el malestar no se comparaba con el sufrimiento moral que se asomaba violentamente.

—Jimena, estás pálida. ¿Me escuchas? —preguntó Gonzalo con notable preocupación, mientras sujetaba mis hombros, mas no pude responderle, mis labios no reaccionaban. De hecho, ninguna parte de mi cuerpo lo hacía— ¡Traigan al médico real! —gritó— ¡También, un vaso con agua!

Mi cuerpo fue recostado delicadamente sobre un sillón largo.

—¿Está respirando con normalidad? —preguntó una voz desconocida, irrumpiendo en el saloncito.

—Sí, doctor, pero su corazón late muy lento y está helada.

Pude seguir escuchando sus voces, mas, lentamente, se fueron alejando de mis sentidos, perdiéndose entre ecos. Luego de unos segundos, ya no pude ni oír mis pensamientos. Y todo se volvió negro.

Jimena.

¿Loba?

No soy tu lobo.

Entonces... ¿Quién eres?

Soy la Luna.

La Luna... ¿Por qué me habla si no soy digna?

Nadie nunca es digno, pero todos merecen ser escuchados.

¿Qué desea de mí? ¿Tomará mi vida?

No soy nadie para tomar o dar vida. Ustedes, los Alfas, Betas y Omegas, son los únicos que pueden mandar sobre su propia existencia. Lo único que me corresponde es regalarles la oportunidad de elegir.

No obstante, no pude estar destinada a Jereth, aunque yo lo elegí.

El destino es el destino y nadie lo puede cambiar.

¿Por qué?

Nadie sabe, ni la misma Luna.

Entonces, ¿por qué me habla? ¿Qué quiere de mí?

Quiero que aprendas a perdonar, en especial, a perdonarte.

¿Vino a darme una lección de vida?

No, vine a decirte que estés atenta a lo que vivirás a partir de ahora. Aprenderás por tu cuenta, pero debes tener los ojos bien abiertos. Solo quiero que te des la oportunidad.

¿Acaso no es muy tarde ya?

Nunca es demasiado tarde.

Un olor intenso invadió mi olfato y una sensación fría incomodó mi cuello. Finalmente estaba despertando. Pude escuchar mis pensamientos y mover mis dedos. Luego, abrí los ojos y reconocí el techo de mi habitación.

—¡Jimena!

—Alfa.

Su voz me reconfortó en gran manera, pues nunca se apartó de mi lado. Además, sonó tan preocupado, lo que me hizo sentir importante y amada. Realmente, nunca nadie me había expresado tanto de esa forma, ni mis padres, quienes, por varios años, prefirieron ignorar mi sufrimiento y solo me acompañaron en las buenas. Ni siquiera le importaba tanto a Jereth, desgraciadamente, recién me daba cuenta.

Sus ojos no dejaban de brillar, expresando más de lo que antes pude imaginar, justo lo que siempre deseé. Entonces me di cuenta, no me ama porque somos destinados. Somos destinados porque me ama y su amor es el que estuve buscando en la persona incorrecta.

Te amo.

—Te creo.

«La Omega del rey» •  [Historia original]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora