28

18.9K 1.4K 85
                                    


Diario de Jereth —nota 11—:

"Jimena se lo creyó".

Pasaron un par de minutos hasta que llegó el coronel que me protegería. Tenía el traje pulcramente acomodado, aunque usaba una bufanda alta, la cual cubría la mitad de su rostro. Eso me pareció extraño, mas, si Gonzalo lo envió, debía confiar en él. Sin embargo, algo en su mirada me desconcertó. Lucía fría y llena de odio...

—Jim... —llamó mi nombre. Su voz sonaba tosca y algo enojada, como si intentara contener un gran secreto. Era un tono conocido que guió mi mente al pasado.

—"Sabes que no puedo corresponderte, va en contra de la naturaleza". Esa fue la primera vez que me heriste. ¿Verdad, Jereth?

—Solo tú serías capaz de reconocerme; hemos estado juntos desde siempre. Siempre nos hemos apoyado.

—Eso era antes, antes de que mataras a dos inocentes, aunque, al parecer, ahora son tres: a la sacerdotisa, al guardia Dilan y a un coronel —le dije fríamente, intentando mantenerme firme.

—¡Lo hice para ayudarte!, para que fueras libre y pudiéramos estar juntos, como Alfa y Omega.

—¿En serio, Jereth? ¿De verdad es posible o, simplemente, me necesitas para matar al rey y quedarte con el poder? —contesté con rabia, con ganas de golpearlo, mas mi cuerpo estaba tan débil que hasta enojarme dolía— ¡Confiesa!

—Si lo matas, serás mi Omega y salvaremos al reino —dijo sin parpadear, lo que más me dolió. Lo conozco de casi toda la vida, sé que cuando no es honesto, su rostro se mantiene casi inmóvil.

—No, Jereth, si lo mato, moriré también. ¿Por qué me mientes? —pregunté. Sin embargo, mi pecho comenzó a doler repentinamente.

Llama a nuestro Alfa.

—Gonzalo, Jereth está aquí.

—No te muevas, no intentes nada. Allá voy.

—Te duele, ¿verdad? Tu Alfa no está aquí, sigues muy herida y estoy seguro de que no has comido apropiadamente... Estás muy enferma, Jim... —dijo, acortando la distancia, acercándose a la cama— ¿Recuerdas cuando tu cuerpo te comenzó a arder y todos creyeron que morirías? No saliste de casa por dos meses y, cada vez que iba a visitarte, me decías que no me dejarías tan fácilmente. Dijiste que seríamos destinados, que estaríamos juntos por siempre.

Mi estómago empezó a arder intensamente y mi cabeza, a dar vueltas. Sin embargo, nada se comparaba al vacío que se formaba en mi pecho. Necesitaba a mi Alfa, necesitaba su aroma y su cercanía, necesitaba su protección. Tenía miedo, mucho miedo.

Gonzalo, apúrate, por favor.

—¿Por qué me haces esto?

—Porque ellos te han lavado la cabeza. ¡Ese rey es un tirano! ¡Nosotros lo odiamos! —me gritó.

—No es un tirano, tan solo ha tomado algunas malas decisiones. Está aprendiendo y mejorando, así como yo, así como tú deberías hacer. Todavía puedes huir y ser libre. Puedo ayudarte.

—No, Jim, estás mal —contestó, sacando de un estuche su espada—. Por lo tanto, tendré que matarte.

La desenvainó sin titubear y la elevó con destreza, luciendo lo afilada que estaba. Luego, la acercó a mi cuello, haciendo que rozara tímidamente. Me había puesto en la peor situación. Tenía miedo, mucho miedo, y no sabía qué decir para frenarlo. Parecía que, finalmente, Agustina tendría un nuevo rey, pues, con tan solo un movimiento, podría acabar con mi vida y la de Gonzalo.

Lo siento, mi amor. Todo es mi culpa.

«La Omega del rey» •  [Historia original]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora