ESPECIAL 17

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Por suerte, no se encontraba terriblemente enferma. Sin embargo, su rostro lucía más pálido de lo usual y unas ojeras adornaban su rostro, como si no estuviera durmiendo bien. Su cabello también estaba un poco seco y unas pequeñas canas se asomaban en sus raíces. Es como si hubiera envejecido durante estas semanas.

—Luna —intento despertarla con mi voz—. Hija, vine a verte.

Así, abre sus ojos lentamente, parpadeando de vez en cuando. Finalmente, fija su mirada en mí y despierta por completo. Está muy sorprendida, pero también aliviada.

—Padre no sabe que está aquí, ¿verdad? —pregunta sin molestarse en saludar.

—No tiene idea, pero supongo que lo descubrirá.

Luna sonríe levemente, sentándose en la cama para conversar mejor. Se nota que sus ánimos siguen igual que siempre, aunque podría estar fingiendo. Su cuerpo denota algo muy diferente.

¿Qué le habrá pasado? Incluso está más delgada.

—¿Me contarás por qué desapareciste? —pregunto directamente mientras me siento en el borde de la cama.

—No pienso dejar el castillo —confiesa en voz baja—. Sé que Jeremías oculta a alguien en una de las habitaciones. No me conviene darle la libertad de husmear en mis cosas.

—¿Alguien? —Entonces, recuerdo a la mujer embarazada que conocí hace varios años atrás. —¿Una Beta quizás? ¿Una mujer adulta?

—No le he visto la cara, pero debe ser Beta por la carencia de aroma —me confirma—. ¿La conoce?

—Tal vez.

—¿Debería preocuparme?

—No lo sé, pero ten cuidado.

En ese momento, llega una de las Betas de servicio acompañada por Jeremías. Ella carga una bandeja de plata sobre la cual reposan tres tazas de té y una teterita. Se nota que debe ser delicioso porque huele muy bien, aunque ya nada me da buena espina.

—Sus majestades —saluda con una reverencia mientras nos sirve las bebidas.

—¿Su charla ha sido fructífera? —cuestiona el Alfa levantando una ceja.

—Sí —contesto con una sonrisa—. Sin embargo, debo quejarme por su estado. —Frunzo el ceño. —¿Han pasado suficiente tiempo juntos?

—Madre, mi estado no es por eso —se queja Luna haciendo un pucherito.

—¿Entonces? —pregunto mientras recibo mi té.

—No lo sabemos —dice el pelinegro recibiendo su tacita.

—Pero pronto empezaré a mejorar. Ya verá. —Sonríe mi hija mientras bebe un poco del líquido rojizo. —Él cuida muy bien de mí.

—Eso espero.

En eso, me doy cuenta de que el té posee un aroma particular. Nunca había percibido algo así. Es como canela y un ingrediente misterioso.

¿Sería posible? No lo creo. Después de todo, son predestinadas.

No obstante, no me atreví a tomarlo. Si esto fuera la razón de la enfermedad de Luna, no ayudaría si también me afectara. Sin embargo, si también termino en cama, tendré pruebas y podría evitar un peor desenlace.

—Madre —me interrumpe—, ¿va a beber?

No puedo hacerlo.

—Uy. Se está haciendo tarde, ¿no creen? —cambio de tema rápidamente—. Creo que debería regresar al castillo o el rey podría enfadarse.

—Por favor, insisto —dice Jeremías—, beba antes de irse. Es un camino muy largo.

Sí, tiene razón. Además, no he bebido agua desde el medio día. Sin embargo, prefiero evitar toda clase de problemas por ahora. Ya ha sido demasiado atrevimiento salir del castillo sin avisar.

—Estoy bien. Gracias. —Me levanto rápidamente y acomodo mi vestido. —Los guardias me esperan afuera.

—Adiós, madre —se despide Luna antes de dejar escapar un bostezo.

También me despedí de su Alfa para luego ser acompañada hacia la puerta. Una vez ahí, los empleados hacen una reverencia y ofrecen un carruaje, el cual decido no aceptar. Por alguna razón, siento que debería caminar cerca del bosque.

—Vámonos —le ordeno a los guardias, quienes me siguen sin rechistar.

Así, avanzamos bajo la luna llena escuchando los sonidos místicos del bosque. Es una caminata tranquila, aunque sigo nerviosa. Ver a mi hija enferma sin razón me ha puesto a pensar y nuevas interrogantes han surgido. ¿Cómo hace ese Alfa para ocultar a alguien en uno de los castillos mejor vigilados de Agustina? Se supone que hay varios informantes fieles a la corona; deberían informárselona Gonzalo, a menos que ya lo sepa y yo sea la única desinformada.

Esa es una opción.

De repente, un crujido más notorio suena entre los árboles. Luego, el golpeteo sobre la tierra se intensifica. Nos están siguiendo. Al instante, mis hombres lo notan y se ponen en guardia.

—Quédese aquí, su majestad —dice uno de ellos—. Me transformaré para ir a revisar.

Sin embargo, no lo estoy escuchando, pues toda mi atención está sobre un par de ojos. Esa mirada profunda y brillante ya la he visto antes. Después, una hilera de dientes amarillentos se hace presente. Se está burlando. Esta vez no la dejaré escapar.

Corre.

Run, bitch, pero para el otro lado!

«La Omega del rey» •  [Historia original]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora