ESPECIAL 19

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Mi madre salió muy apurada del castillo. La verdad, esperaba que permaneciera más a mi lado, pues llevaba varias semanas sin su cercanía. Sin embargo, su miedo por mi Alfa se lo impedía. No la culpo. A mí también me aterra por momentos.

Como ahora.

—¿Quieres otro té, mi amor? —me pregunta con una sonrisa.

Su mirada parece sincera, como si en verdad se preocupara por mi salud, pero no puede engañarme. Sé que quiere enfermarme con esta bebida para que descuide el castillo y pueda hacer lo que planea. ¿Cómo lo sé? Es que lo he visto.

Cualquiera se preguntaría por qué sigo bebiendo esto. Y, bueno, la respuesta es sencilla: si yo enfermo, él también; si yo muero, él también. Sin embargo, espero que no pase lo último.

—Claro, cariño —contesto sin dejar de verlo.

Hace una ceña para que preparen otra teterita, de modo que deja a la vista su cuello. Venas oscuras se marcan en este y algunas zonas están demasiado resecas, como si estuvieran a punto de pelarse. Si bien no está en cama todo el día, así como yo, sé que está muriendo lentamente.

—Pronto te sentirás mejor. —Besa mis manos con parsimonia y ternura.

—Si estoy a tu lado, sé que así será. —Sonrío.

—Te amo, Luna.

La veracidad de sus palabras se sienten como dagas en mi pecho. También lo amo como él a mí. Es mi Alfa, la diosa lo puso a mi lado. Por eso, finjo ignorancia; es lo mejor que puedo hacer para no quebrar esta pequeña burbuja en la que vivimos.

—Y yo a ti.

De repente, llegó la Beta de servicio totalmente alterada, aunque no estaba sola. Uno de los guardias de mi padre estaba a su lado con una expresión que denotaba seriedad y enojo. Sin embargo, por el fuerte olor a Alfa que invadía la habitación, podría decir que hay unos siete u ocho en el pasillo.

—Príncipe Jeremías de Agustina, está arrestado por confabular con una Beta no identificada en contra del rey Alfa Gonzalo de Agustina.

Inmediatamente, los otros guardias entraron para intentar sujetarlo y, luego, llevárselo. Sin embargo, Jeremías no se los dejaría tan fácil. Se alejó lo más posible, posicionándose detrás de mí para que no se atrevan a tocarlo. Por mi parte, no pensaba dejarlo ir. Por eso, sujeté sus manos para que rodeara mi cintura y exclamé:

—¡Nos tendrán que llevar a ambos! Somos pareja destinada y los herederos, así que iremos sin ser forzados y nos tratarán con el respeto que corresponde. —Frunzo el ceño. —¿Entendido?

—Sí, vuestra gracia —contestaron al unísono sin rechistar.

Así, salimos del castillo de otoño para después subir al carruaje que nos llevaría hasta el otro lado del reino. Una vez dentro, ninguno de nosotros habló. Solo nos mantuvimos abrazados, sintiendo el calor ajeno y oyendo los latidos de nuestros corazones. Tal vez esta sería la última vez, así que aprovecharíamos cada segundo.

Al fin puedo decir que faltan dos especiales para el final.

«La Omega del rey» •  [Historia original]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora