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Diario del rey —nota 15—:

"Ya no sé qué pensar ni qué sentir. ¡El amor es tan confuso!".

Al día siguiente, nos reunimos en el salón del té, desde donde se observa el bello jardín de rosas y se puede respirar aire puro. Hay una puerta amplia de madera, la cual conecta ambos espacios; y, en el centro, una mesa para el té. El ambiente era espléndido, en mi opinión, y, por alguna razón, se sentía íntimo, como si se hubiese diseñado para nosotros. Además, el aroma a menta y pistachos de Gonzalo estaba tan impregnado que mi loba no dejaba de liberar el suyo, pan recién horneado y canela.

—Inicia tú, por favor —me pidió. Por alguna razón, no me sorprendía, pues todo esto fue idea mía.

Aquí vamos... Sé honesta.

—Cuando comenzó la crisis de la cosecha, mi madre estaba embarazada y mi padre se encontraba gravemente enfermo, pues prefirió no comer para darle a su pareja. Sin embargo, su decisión causó que no pudiese atender la panadería. Entonces, todo cayó sobre mis hombros —le conté, observando fijamente la taza de té que humeaba sobre la mesa—. No obstante, eso no fue lo más duro... Bueno, los precios de los productos para preparar el pan empezaron a subir y varios ingredientes escaseaban, así que debía ir directamente a los campos y suplicar rebajas o intercambios. Durante todo ese revoltijo, Jereth y sus padres nos apoyaron, accediendo a intercambiar semillas de girasol por pan fresco. Sin embargo, lo que más necesitábamos era harina de trigo, así que intenté llegar a un acuerdo para obtenerla... —Bajé la mirada y mordí mi labio, no me gustaba compartir esta historia. —Ammm... Bueno, el día en el que fui tan solo se encontraba don Joaquín...

—¿Fuiste sola a reunirte con ese hombre? —preguntó, rompiendo con el silencio que lo había caracterizado desde que inicié mi relato.

—Sí. Bueno... Ammm... Mi madre debía preparar el pan y atender la tienda, mientras que mi padre estaba al borde del colapso; no había otra opción —contesté seriamente. La verdad es que me duele recordar todo esto, mas debo mantenerme serena.

—Bueno, continúa.

—Ese día, don Joaquín dijo que aceptaría intercambiar el trigo, pero no quería pan, pues su Omega sabía prepararlo... Él quería... ammm... Bueno, tú entiendes... —dije, aguantando las lágrimas que querían escapar de mis ojos. Los recuerdos venían de golpe y me dolía, me lastimaba, eran dagas que atravesaban mi cuerpo sin compasión. Entonces, decidí hablar rápido para evitar el sufrimiento: —Yo todavía no me había presentado, pero todos decían que sería una Omega, porque era delgada y mi rostro, muy tierno...

—Jimena...

—Yo accedí, no tenía otra opción...

—Jimena, basta.

—Solo me tocó, pero...

¡Jimena! —exclamó usando su voz de mando.

La verdad es que no me había dado cuenta de que una lluvia de lágrimas se resbalaba por mis mejillas. El dolor ya no lo sentía, pues mi mente no aceptaba que aquello me hubiese pasado, aunque mi cuerpo no pensaba lo mismo. Empecé a temblar, volviendo a sentir su frío y asqueroso tacto sobre mi piel. Entonces, recordé por qué odiaba tanto al rey.

Todo había sido su culpa.

—Lo lamento —me susurró, protegiéndome entre sus brazos—. Si hubiese estado ahí...

—Pero no estuviste... No estuviste para mí ni para el pueblo... —dije, dejando que su calor me calmara— Puede que hayas evitado muchas muertes en comparación con lo que se esperaba, pero no tienes ni idea de lo que sufrimos todos —agregué con odio.

—Jimena, ahora no puedo cambiar nada. Solo puedo pedirte perdón —dijo, mirándome fijamente a los ojos. Entonces, lo noté. Su nariz estaba roja; sus mejillas, más pálidas de lo normal; y sus ojos, húmedos: estaba llorando.

Te tengo.

Destapé la pequeña botellita de vidrio que disfracé de collar y recogí algunas de sus lágrimas con rapidez. Lamentablemente, me pareció un poco incorrecto aprovecharme de la situación, mas lo que habíamos sufrido sus súbditos no se comparaba con este corto momento. Esto es una causa justa.

Pero ¿por qué se siente tan mal?

«La Omega del rey» •  [Historia original]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora