No sabría explicar todo lo que pasó después. Todo ocurrió tan rápido que, cuando pude reaccionar, esa Beta ya se encontraba detenida por los guardias. No había forma de que se liberara, pues no era rival para tantos Alfas. Luego, apareció Gonzalo, quien estaba muy agitado y, por su aroma, también muy preocupado. Corrió hacia mi lado para abrazarme con fuerza.
Diosa, lo necesitaba tanto...
Rodeó mi cuerpo con desesperación, olfateando mi cuello y acariciando mi espalda. Me dolió verlo así, ya que no esperaba esta reacción. Creí que estaría furioso conmigo, pero no es así.
—Estoy bien —susurro correspondiendo su abrazo—. Intenta calmarte.
Lo escucho gruñir. Su parte animal sigue demasiado sensible para afrontar tantas emociones confusas. Lo entiendo por completo. Miedo, preocupación, rabia, tristeza, ira: tantos sentimientos que lo están abrumando. Sin embargo, lo más importante ahora es salvar a nuestra hija.
—¿Cómo está Luna? —pregunta después de unos segundos.
—Está enferma —contesto dirigiendo mi mirada hacia esa Beta, quien continúa inmovilizada y está con la boca cubierta con un pañuelo azul—. La culpable es ella. —La señalo. —Ella y Jeremías la han estado envenenado, si es que puede decirse así. Ese Alfa la estuvo escondiendo en el castillo de otoño, pero nuestra hija se dio cuenta. Por eso no ha salido del castillo; intenta proteger lo que es suyo quedándose encerrada.
El aroma a menta y pistachos de Gonzalo se vuelve más agrio que nunca. Observa a esa Beta con odio, completamente decidido a poner orden. Espero que no haya un problema mayor oculto detrás de este drama.
—Ustedes dos —ordenó señalando a dos guardias—, llévenla a los calabozos.
—Sí, su majestad —dijeron al unísono para luego retirarse arrastrando a la mujer sin cuidado.
—El resto, por favor, vayan al castillo de otoño y traigan al príncipe Jeremías. —Frunce el ceño al igual que sus labios. Está planeando algo, no sé qué, pero podría dañar a nuestra hija. —Lo vamos a encerrar por traición.
Sé que esto perjudicará la salud de Luna; sin embargo, es decisión de Gonzalo, así que no puedo intervenir. Si intento cambiar su opinión, terminaría causando más problemas, pues sigue un poco molesto conmigo. Ahora que su parte animal dejó de estar sensible me doy cuenta. En este momento, me conviene apoyarlo.
—Su majestad —interviene el general Arturo con notable preocupación—, iremos de inmediato, pero, por su seguridad, recomendamos que regrese al castillo lo antes posible.
El rey, a pesar de que las palabras de general son consideradas un atrevimiento innecesario, asiente con aprobación. No obstante, les ordena que esperen unos instantes. Entonces, sujeta su capa con cuidado y saca una espada con mango de oro. La observa con parsimonia asegurándose de que el filo esté perfecto para luego entregársela a Arturo.
—Si intenta cualquier cosa que pueda dañar a la princesa, quiero que lo detengas con mi espada —dice con su voz ronca y fría—. Quiero que toda la responsabilidad sea mía, incluso si Luna muere.
La convicción en sus palabras no hacen más que aterrarme. Sin duda, han estado ocurriendo cosas de las que no tenía idea. ¿Luna lo sabrá? Supongo que sí. Después de todo, padre e hija, ambos son iguales.
—Jimena —dice intentando tranquilizarse—, nosotros volveremos al castillo. —Voltea para verme. —El carruaje que encargué ya debió haber llegado.
Su cabello rubio bajo la luz de la noche reluce misteriosamente y sus ojos verdes resaltan por su intensidad. Luce como lo que es: el rey Alfa de Agustina. Lamentablemente, esta noche tendrá que cumplir con el deber que más detesta, ser un juez imparcial, y ordenar una sentencia que, posiblemente, destrozará a nuestra hija.
—Vamos entonces —contesto en voz baja.
Luego, andamos entre los árboles hasta llegar al camino. Ahí, el carruaje nocturno nos espera; es de color blanco y posee adornos plateados. Usualmente, me gusta verlo porque significa que saldremos al pueblo; sin embargo, hoy solo me entristece. Al parecer, Gonzalo siente lo mismo.
Ambos subimos sin dirigirnos ni una palabra, aguantando el silencio incómodo, y nos sentamos para comenzar el viaje. Finalmente, cuando estamos cerca del castillo, decide hablar.
—Estarás presente —susurra.
—¿Perdón?
—Quiero que estés a mi lado durante el juicio. —Sujeta mi mano.
Alzo la mirada con timidez, intensificando mi aroma a pan recién horneado para reconfortarlo, y asiento. Sé que no quiere estar solo en un momento tan importante y delicado. Sé que no merece lidiar con tantas dificultades, pues hace siempre lo mejor por el reino. Lamentablemente, sus buenas intenciones no siempre traen recompensas, sino más bien conflictos que se ocultan entre sonrisas falsas y frases de respeto.
—No lidiarás con esto solo. —Sonrío acariciando su mano. —Para eso estoy aquí.
Aunque yo también tenga miedo.
No sé por qué, pero me dieron ganas de llorar.
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«La Omega del rey» • [Historia original]
RomanceUn Omega debe someterse a su Alfa, ser sumiso y brindarle descendencia. Además, cada Omega está atado a su Alfa desde que la Luna los une, así que las parejas predestinadas son anunciadas cada año nuevo lunar. Sin embargo, cuando Jimena se entera de...