EPÍLOGO

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Pasó un mes desde que perdí a mi mejor amigo. Mentiría si dijese que estuve tranquila durante los primeros días. De hecho, no salía de mi habitación y vomitaba casi todo lo que comía, así que continué adelgazando y atormentándome en silencio. Sin embargo, por suerte, no estaba sola.

Gonzalo logró comprenderme y supo acompañarme, sin presionarme. Me daba mi espacio cuando sentía que no toleraba su presencia y me abrazaba cuando no soportaba mi propia existencia. Fue como un santo para mí durante los primeros diez días. Luego, pude comprender que eso no era vida, que debía seguir adelante y tomar las riendas del cambio que tanto deseaba.

Entonces, un día desperté temprano y le ordené a mis mucamas que me bañasen con agua de rosas y me vistiesen con las mejores prendas. Luego, ingresé al comedor principal y desayuné junto con mi Alfa, quien no pudo ocultar su tremenda sonrisa, pues era la primera vez que salía de mi habitación. Sin duda, estaba orgulloso de mí, pues volví a ser la misma de antes, una Omega trabajadora que buscaba mejorar la situación del pueblo, alguien que tomaba la iniciativa y era fiel a sus ideales.

Después de eso, me permitió tomar parte en las reuniones reales y contrató a algunos profesores de matemáticas y lenguaje para que me instruyesen en lo básico. Además, llamó a una maestra de danza, de modo que pudiese continuar desarrollando mi don. Así, para cuando llegó la nueva temporada de apareamiento, me sentía más confiada, más segura de mí misma. Supe perdonarme y perdonarlo. Supe aceptar que la vida es corta y el destino, ineludible.

—Soy tan afortunado de tenerte —me susurró.

—Y yo de tenerte —le contesté con una sincera sonrisa.

Él sonrió de lado y, sin dejar de verme, me besó. Fue un contacto lleno de deseo y amor, el cual correspondí sin temor.

Estábamos en nuestra cama matrimonial, la cual iniciamos a compartir hace un par de días; sin embargo, no la habíamos usado de esta forma antes. Gonzalo no se había atrevido a marcarme, pues no me sentía lista para aceptarlo por completo, aunque ya había confesado mis sentimientos, pero esta vez era diferente. Sería nuestra primera noche juntos.

Sus manos viajaron por mi cuerpo, llenándome de caricias; sus labios tampoco fueron ajenos, así que besaron un camino desde mi cuello hasta mi abdomen bajo. Su tacto fue tan placentero que sentí que me derretía entre sus brazos. Toda la noche fue una locura, una mezcla entre placer y amor. Todo era él y yo, nosotros, juntos, por siempre.

—Eres preciosa —me dijo—. No sabes cuánto ansío marcarte.

—Solo hazlo.

Entonces, en el justo momento en que llegamos al clímax del acto, llevó sus colmillos al lugar preciso y me mordió.

Alfa y Omega, unidos por el destino.

Me sentí tan dichosa de tenerlo a mi lado y de al fin ser suya. Fue como si hubiese cerrado un capítulo doloroso de mi vida para iniciar otro completamente distinto, el cual no sería perfecto, mas me haría feliz.

—Te amo, mi Omega —me dijo, recostándose a mi lado.

—Y yo te amo a ti, mi Alfa —respondí.

Entonces, con esa mordida, nuestra verdadera historia de amor comenzó.

«La Omega del rey» •  [Historia original]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora