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Diario del rey —nota 12—:

"Nunca dejaría de amarte, ni aunque cometieras traición, puesto que mi alma te pertenece".

Luego de la presentación, abracé a mis padres, a quienes no había visto desde aquella noche. Ellos estaban orgullosos de mí, mas sabían que algo estaba tramando, pues conocían mi odio hacia el rey. Sin embargo, nunca revelarían sus sospechas, pues les costaría la cabeza.

Cariñosamente, también saludé a Jereth y le pedí que habláramos en el jardín dentro de unos minutos. Su presencia me daba una buena señal, pues se veía animado, como si hubiera conseguido lo que le pedí, ojalá sea así.

—Tengo buenas noticias —me comentó en voz baja, confirmando mis sospechas. Quise decirle que disimulara hasta que estuviéramos lejos de la vista de los nobles, pero fui interrumpida.

—¡Jimena! —me llamó esa voz ronca y firme que detesto.

Ugh.

—¿Si, Alfa? —respondí.

—Debo presentarte a unos amigos... —Notó quiénes me acompañaban y cambió lo que estaba diciendo. —¡Oh!, cierto. Un gusto, señores. Ojalá disfruten la velada. Usted también, Beta Jereth. —Volvió a mirarme. —Bueno, si me disculpan, me llevo a mi pareja.

Entonces, me sujetó levemente del brazo y fuimos hacia otro grupo de personas. Entre ellos pude observar a la Omega Adara y a su pareja, el Alfa Carlos. Ambos eran amigos cercanos del rey y dueños de grandes tierras. Además, un cuarto de los campesinos del reino se encontraban bajo sus manos.

—Carlos, Adara, les presento a Jimena, mi Omega. Saluda, cariño —ordenó.

—Un placer conocerlos, he escuchado mucho sobre ustedes. Es un honor conocerlos, Alfa Carlos y Omega Adara —saludé, haciendo una reverencia.

¡Cómo detesto esto! ¡Malditos abusadores, farsantes! Con sus joyitas y tierras se creen mejor que el resto, mas son tan solo parte de la escoria que gobierna Agustina.

—¡Es tan linda, Gonzalo! Es como un cachorrito...

Blah, blah, blah.

Ellos siguieron charlando, como los buenos amigos que son, hasta se olvidaron de mi presencia. Por lo tanto, llegó el momento perfecto para huir al jardín, donde Jereth me esperaba. Caminé con sigilo y, finalmente, salí del salón.

La luna lucía magnífica en el cielo, tan poderosa y elegante. La brisa estaba ligeramente fría, mas no incomodaba. Además, las rosas amarillas que Gonzalo mandó a sembrar en mi honor liberaban una fragancia exquisita.

—Jereth —lo llamé cuando lo encontré.

—Jim, no sabes, no tienes idea de todo lo que tengo que decirte.

—Cuéntamelo rápido, antes de que mi Alfa nos descubra, digo... ese... Tú entiendes.

Soltó una risita, algo no muy común en él.

—Hallé a la bruja, digo, sacerdotisa del bosque. Confesó que sí puede ayudarnos, mas hay algunas condiciones.

—¿Cuáles son?

—En primer lugar, nuestras partes humanas deben amarse, sin ninguna duda. En segundo lugar, esto debe ocurrir en la primera noche de la temporada de apareamiento, tienes que clavarle un puñal a tu Alfa en el pecho, de esa manera dejarán de ser destinados. Y finalmente, debemos unirnos esa misma noche, para eso yo ya debería ser un Alfa, así que ella me transformará ni bien mates al rey. Además, quiere una sola cosa a cambio.

—¿Qué desea? ¿Oro, joyas? —pregunté con emoción.

—Un frasquito con las lágrimas del rey. Eso debes conseguirlo antes de la temporada de apareamiento.

—¡¿Cómo voy a conseguir eso?! —exclamé sorprendida, con una obvia mueca en mi rostro—¿Lo has visto? Siempre está con esa maldita mirada de condescendencia y regodeándose de todo lo que posee. Ese Alfa nunca derramaría ni una lágrima en frente de mí.

—Pues, tendrás que lograrlo...

—¡Jimena! —llamó alguien, con su voz cargada de furia.

—Alfa...

—¡¿Qué haces aquí?! ¡Se supone que deberías estar conmigo, en el salón! ¡¿Acaso te di permiso para que te encuentres acá, con este?! —bramó muy enojado, tanto que su rostro se deformó por la rabia.

—¡¿Acaso no puedo charlar con mi amigo mientras presumes tus posesiones en frente de esa gente?! —le contesté por impulso.

—¡Se supone que esta fiesta es para presentarte a ti, solo a ti, así que no juegues con mi paciencia y vuelve adentro!

—¡Eres imposible! Me retiraré a mi habitación. ¡Y puedes decirle a esa gente que me encuentro agotada! —dije, con intenciones de irme, al igual que Jereth, quien ya había regresado al salón. No obstante, cuando estuve a punto de partir, sujetó mi muñeca con fuerza, sacándome un gemido de dolor.

—Lo lamento. —Me soltó—. Sin embargo, te necesito ahora. Es importante para mí que permanezcas a mi lado esta noche.

Suspiré, realmente no puedo arruinar esto. De cualquier forma, requeriré la aceptación de los nobles, así que no me queda de otra.

—Bien, te acompañaré, pero preséntame rápido con todos y, después, déjame ir, quiero estar sola esta noche.

—Lamentablemente, así no podré presumir tu belleza.

—No necesita ser hoy, tendrás años para hacerlo.

—Lo sé. Estamos destinados a estar juntos y podré disfrutar de tu compañía en estos eventos de por vida.

¡Ja!. Sí, claro, como no.

—Sí, de por vida —contesté, con una sonrisa falsa, tan falsa que dañaba mi propia alma.

Te odio, rey Gonzalo.

—Por cierto, noté que te interesa lo que ocurrió durante la crisis de la cosecha de hace dos años. Me gustaría contarte lo pasó en realidad.

—Mañana —le contesté, pues, realmente, me sentía muy cansada.

—Mañana será.

«La Omega del rey» •  [Historia original]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora