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Diario de Jereth —nota 8—:

"Jimena fue una estúpida. Parece que debo seguir otra ruta para cumplir con el plan".

El encargado le avisó al rey y, luego de unos minutos, mis mucamas ya me estaban guiando hacia la habitación de aseo. Me bañaron en agua de rosas, me perfumaron con esencia de canela, para realzar mi aroma, y me vistieron con un vestido crema. Luego, me peinaron con delicadeza, desenredando cada hebra de cabello. Cuando estuve lista, me llevaron a la salita del té, la que se encontraba cerca del jardín. Ahí, una pequeña mesa redonda, la cual estaba llena de comida, me esperaba. Había pastelitos, panes frescos, mermeladas, frutas frescas, quesos y vino tinto.

—Su majestad llegará en unos minutos —me avisó una de las Beta—. Puede servirse lo que desee.

Tomé un pastelito de nueces y le di una mordida. Mastiqué suavemente, saboreando cada detalle del sabor. Estaba esponjosito, el dulce era muy ligero y las nueces brindaban un toque crocante. Era lo más decente que había probado en días. Sin embargo, luego de comerlo, sentí un pequeño golpe de dolor en el estómago; debe ser porque mi cuerpo sigue muy delicado.

—¡Jimena! —gritó mi nombre. Corrió hacia mí y me abrazó con fuerza, como si no quisiera dejarme ir nunca más. Sus ojos estaban hinchados, se notaba que no había estado durmiendo bien; además, lucía un poco más delgado, aunque seguía viéndose saludable.

—Gonzalo —susurré, aspirando su fuerte aroma a menta y pistachos, el cual animó a mi loba y repuso parte de mis fuerzas. Fue como si todo el dolor se esfumase de golpe, como si todo fuese perfecto, como si su cercanía fuese lo correcto.

—No volveré a dejarte ir, no puedo creer que estés tan débil —me dijo al oído, con la voz rota.

Alfa.

Débil, si tuviera que calificarme ahora mismo, no usaría esa palabra, sino "demacrada", pues es la única que describe mi aspecto a la perfección. Mi piel luce amarilla, mis huesos se marcan horriblemente, mis labios están partidos y parte de mi cabello se ha caído. Esto no es solo por la falta de una buena alimentación y deshidratación, sino también por la falta de su cercanía, pues mi rechazo dañaba a mi loba, quien gastaba todas sus energías para hallar tan siquiera un rastro del aroma de su Alfa.

—Quiero saber... —le dije— Dime quién es Jereth.

Entonces, dejó de abrazarme y se sentó a mi costado.

—¿Creerás en mi palabra?

—Sabré si creerte.

—Bueno... —suspiró— La primera vez que lo invitamos al castillo tuve un mal presentimiento. No me había atrevido a contarte, pero mi don es visualizar fragmentos del futuro. No es algo que pueda controlar, solo pasa. —Se mordió el labio y tragó saliva, nervioso por lo que iba a decirme—. Entonces, un día lo vi cubierto de sangre, en el bosque. No entendí por qué, así que le ordené al general Arturo que enviara al guardia más sigiloso para que espiara tu charla con Jereth. Cuando descubrimos todo lo que conversaron, me sentí traicionado, pero no podía odiarte, nunca podría, te amo demasiado. Por lo tanto, me encargué de que mis hombres lo vigilasen.

—Pudiste haberlo matado, ¿por qué no lo hiciste?

—Porque me arriesgaba a perderte —contestó, mirándome fijamente a los ojos, expresando algo que nunca pude ver en los de Jereth.

¿Qué es esto?

—Lamento haberte interrumpido, por favor, continúa.

—Cuando encontró a la sacerdotisa del bosque, estuvo en su cabaña unas horas. Después, se retiró con un libro azul en sus manos. Al guardia le pareció sospechoso, así que optó por interrogar a la única testigo, con la esperanza de que le contase sobre su charla con Jereth. Sin embargo, lo que descubrió fue peor que lo esperado, ¡una tragedia! Ella estaba muerta. Su cuerpo había sido apuñalado sobre una mesa rústica y sus ojos ya no estaban en su cuerpo, sino reventados en el piso.

¡Por la diosa Luna! ¡Esto no puede ser real! Jereth nunca mataría a...

¡Maldición!

«La Omega del rey» •  [Historia original]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora