ESPECIAL 2

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No sabría decir por qué estoy aquí de nuevo. No debería salir del castillo en momentos como estos y mucho menos visitar la tumba de un traidor. Sin embargo, algo en mi interior me obliga a venir cada cierto tiempo. Así ha sido desde que lo enterraron en frente de un árbol viejo meses atrás. Vengo con Sofía, quien insiste en no dejarme sola, y un guardia, aunque ellos no se atreven a venir hasta el árbol. Prefieren quedarse varios metros más lejos.

—No quieren escucharme —le cuento sin esperar respuesta alguna—. Todo hubiera sido más sencillo si...

¡No!

—No puedo lamentarme por cosas sin sentido —me digo con firmeza—. Pese a todo, soy feliz y no permitiré que las cosas empeoren en el reino. Algo se me ocurrirá.

Entonces, deposito un girasol en la tumba sin lápida y me alejo con rapidez. Sin embargo, un crujido en el bosque me detiene. ¿Alguien me ha estado vigilando? ¿Debería revisar? Creo que no sería prudente, pero tampoco quiero decirle nada al guardia Beta. Si Gonzalo se enterase, me prohibiría salir y no me gusta esa idea. Por eso, prefiero ignorar lo ocurrido y regresar.

Casi es medio día. Debería apurarme.

Mañana será la celebración en la que se conocerán las parejas predestinadas. Por eso, hoy el rey y yo debemos recibir los regalos y oír los pedidos de los pueblerinos. Según Gonzalo, como estoy embarazada, recibiremos ropitas y juguetes para el bebé, cosas que a mi parecer no necesitamos. Sin embargo, no puedo quejarme por esto. De hecho, hay una variedad de temas por los que no puedo quejarme, lo que realmente me enfurece, pero así es.

—Les traje estas hierbas medicinales —nos dijo una mujer que también estaba embarazada; se notaba que pronto daría a luz. Por mi parte, recién llevaba un par de meses y casi no se notaba mi pancita.

—Gracias, Beta —dice mi esposo con una sonrisa forzada, al igual que con las otras personas. Se notaba que estaba agotado por tanto trabajo.

—Gracias, señora. ¿Cuál es el problema que la aflije?

—Para ser honesta, nada, sus majestades.

Esto es raro.

—Entonces, ¿por qué...

—Solo quise conocerla —me interrumpe sin dejar de observarme—. Quería preguntarle, si no es mucha molestia, si puedo tocar su vientre.

—No, no puede —suelta Gonzalo con el ceño fruncido.

Lo miro con enojo. ¿Cómo puede tratar a una Beta de esa forma tan descortés? Bueno, no importa. No le haré caso esta vez.

—Claro que puede. —Sonrío. —Adelante.

Entonces, la mujer se acerca y acaricia con suavidad la zona en la que crece mi cachorro. Lo hace tan calmada y pausadamente que me relaja. Luego, se aparta con un gesto indescifrable en su rostro. Es una especie de sonrisa, aunque no sé si lo que expresa es verdadera alegría.

—Retírese —gruñe Gonzalo intentando aguantar su enojo.

—Sí, su majestad.

No tenía que ser tan grosero.

—Eres una estúpida —me dice en voz baja—. Hay campesinos que nos quieren muertos y dejas que una desconocida toque tu vientre. ¿Tienes idea de lo riesgoso que es?

—¡Ya! —exclamo con cuidado de no ser oída por los otros que esperan en la fila— No pasó nada, así que no exageres.

—No lo vuelvas a hacer.

—Está bien. —Ruedo los ojos.

Si nada pasó hoy, creo que todo saldrá bien mañana. Al menos eso espero.

Mañana sale la parte 3

«La Omega del rey» •  [Historia original]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora