ESPECIAL 22

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Me duele la cabeza como nunca antes pude imaginar. Siento una aguja que constantemente se clava en ella, mareándome y pidiéndome que siga durmiendo. Sin embargo, un olor fuerte y amargo intenta levantarme. Luego, una luz amarillenta incomoda mi visión hasta que, finalmente, despierto.

—Mamá... —susurro parpadeando repetidas veces.

Estoy en mi antigua habitación, sobre la que solía ser mi cama. La decoración continúa como la recuerdo, no ha cambiado ni un poquito. Mis frazadas siguen igual de suaves y el colchón no ha perdido su esponjosidad. Las cortinas están limpias y los floreros dorados tienen rosas frescas en su interior. No obstante, un aroma intruso destruye mis recuerdos de la infancia.

—Luna, despertaste —susurra Jeremías desde una esquina.

Lo han atado de brazos y obligado a arrodillarse mientras que el general lo vigila. Se ve físicamente derrotado, aunque su mirada solo denota preocupación. Sus ojos oscuros me observan detenidamente, transmitiéndome una especie de paz inigualable.

—Hija, ¿estás bien? —pregunta mi padre, quien sujeta mi mano con fuerza.

—Estoy bien —respondo, aunque es mentira.

—No lo estás —interviene mi madre—. Estás ardiendo en fiebre y tus labios están secos. Por suerte el médico ya te reviso y ahora está preparando un remedio para ti.

Está preocupada, pero su mirada no deja de viajar hacia la esquina en la que se encuentra mi Alfa. Además, su aroma la delata. No comprendió la explicación de esa Beta y piensa que Jeremías es el único que puede contarle la verdad.

—Puede preguntar —digo lentamente mientras recibo una taza de té que me ofrece mi padre—. No me molesta.

—No me importa lo que haya pasado con su padre y esa mujer —suelta frunciendo el ceño.

Mentira.

—Jimena —habla el rey con firmeza, aunque su mirada solo transmite calidez—, sabes que necesitas comprender lo que pasó. —Camina hacia ella para sujetar sus finas manos con cariño. —Jereth era muy importante para ti. Sufriste mucho por él como para que esa Beta venga y destruya lo que avanzamos. —Aprieta sus manos liberando su aroma a menta y pistachos. —Sabes que tus problemas con nuestros hijos fueron causados por ella. Lo sientes, ¿verdad? Yo lo siento.

Lo sé también. Sé que mi madre nunca me odió. Sé que, lamentablemente, su lazo conmigo y mis hermanos fue dañado.

—Quiero saber —susurra—, pero prefiero guardar en mi memoria al hombre que fue mi mejor amigo. —Sonríe tímidamente. —Quiero recordar nuestros juegos, nuestras charlas y nuestros lindos momentos en general porque... ya lo había perdonado. Y... yo... solamente no quiero volver a pensarlo —dice con la vergüenza decorando sus mejillas.

En ese momento, sentí que este feo episodio al final estaba terminando. Sin embargo, Jeremías seguía en un rincón de la habitación siendo vigilado por el general Arturo, quien permanecía alerta. Esto era grave, sin duda, ya que, a diferencia de lo que pasó con mi madre, él sí llegó a hacerme daño. Colaboró con esa Beta para envenenarme lentamente, la metió a mi casa atentando contra mi seguridad y la ayudó para sus reuniones con los opositores de la corona.

—¿Qué pasará con mi esposo? —me atrevo a preguntar a pesar de saber la respuesta.

Entonces, todas las vistas se posan en mí. No obstante, nadie se atreve a responder hasta que él mismo abre la boca.

—Confesaré lo que tenga que confesar y pagaré lo que tenga que pagar.

Su voz suena firme, pero sus ojos me gritan que teme. Siento que podría ser el fin para ambos, pues mi padre tendrá que condenarlo, lo cual nos matará lentamente. Al final, ambos acabaremos bajo tierra y mi hermano será el nuevo heredero. Tal vez, ya estaba escrito que sería así, tal vez, nunca estuvimos destinados a ser felices.

—No pienses en eso, hija —dice mi padre ignorando las palabras de Jeremías—. Confía en mí.

Por primera vez desde que recibí mi don, no sé si sus palabras son reales o mentiras.

Gracias por leer el capítulo.

«La Omega del rey» •  [Historia original]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora