ESPECIAL 21

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No sé por qué, pero siento que el rey decidió que Jimena esté en el juicio para que sufra también y no porque temía estar solo. No sé... solo es una idea mía. Bueno. Espero que les guste el penúltimo especial.

La última hora pasó muy lenta. Cada segundo se sentía como una eternidad y cada sonido parecía la posible llegada de mi hija y su Alfa. Sin embargo, cada vez que observaba por la ventana, el patio continuaba vacío.

Estarán aquí en cualquier momento.

Vuelvo a mi asiento en la sala del trono, a la derecha del rey, quien revisa unos documentos de la corona. Se nota muy cansado y su aroma no puede ocultar su estrés. Parece que en cualquier momento podría colapsar, pero sé que no lo hará. Lo más importante siempre ha sido Agustina, la vida de toda una población y el cuidado de una larga extensión de tierras, así que se mantendrá sereno cuando deba enfrentar a Jeremías. Lamentablemente, su decisión final también afectará a su hija.

Dejo de observarlo cuando al fin escucho la llegada del carruaje y los gritos de los guardias. Neutralizo mi expresión y suspiro observando la gran puerta de madera. Luego de unos instantes, esta es abierta por el general Arturo, quien es seguido por dos guardias Alfas. Ellos sujetan a Jeremías con fuerza, quien se encuentra en pijamas y tiene su cabello negro todo alborotado. Y, finalmente, ingresa Luna, también vistiendo su pijama y una bata que la cubre.

—Traigan a la Beta —ordena Gonzalo.

Entonces, los guardias que esperaban en la otra esquina de la sala abren la puerta número dos. Esta es de tamaño promedio y guía a un cuartito que sirve de celda durante los juicios. Dentro de este no hay luz ni muebles, solo un tapete azul noche que permite orarle a la diosa Luna en busca de perdón. De ahí, sacan a la Beta sin cuidado y la arrastran hasta ponerla en frente del rey.

—Princesa Luna de Agustina —continúa hablando el rey—, sube al estrado y permanece a mi izquierda. Solo podrás intervenir cuando lo permita.

—Sí, su majestad —contesta mi hija y obedece sin rechistar.

Será una larga noche.

Los minutos pasan, pero las palabras de Gonzalo en ningún momento se suavizan. Él ya sabía todo lo que ocurría a escondidas, lo había visto gracias a su don; sin embargo, necesitaba oírlo de la misma boca de los culpables. Por suerte, logró convencer a Jeremías, quien en ningún momento alzó la mirada, a diferencia de su madre, quien se mantuvo altiva y con la boca cerrada.

—Mi madre se encargó de organizar a los que se sentían inconformes con la corona y los abusos de los nobles. Lo único que hice fue facilitarles un lugar para las reuniones y ocultarlos —repitió por tercera vez.

—Eso no era lo único que hacías —soltó Gonzalo con el ceño fruncido y los puños apretados—. Estabas envenenando a mi hija. —Se levantó del trono con furia. —¡¿Por qué le hacías daño sabiendo que eres su destinado?!

En ese momento, esa maldita mujer voltea la cabeza para observarme con desdén. Luego, una sonrisita surca sus labios y susurra palabras incomprensibles.

Es tu culpa.

Intenta que me sienta mal por todo esto, pero no lo logrará. Esta vez no tuve nada que ver. Me mantuve al margen hasta lo de hoy, cuando ya no pude aguantar más la ignorancia. Además, nunca volvería a apoyar una causa tan injusta y tonta, en especial, después de comprender lo difícil que es reinar.

La vida no es perfecta, el reino no es perfecto y sus gobernantes tampoco.

—¿Y por qué no sentenciamos también a su majestad la reina? —habla por primera vez esa Beta— Ella empezó todo al fin y al cabo. —Amplió su sonrisa. —Ella convenció a Jereth creyendo que él la ayudaría por amor cuando nunca fue así —se burló.

—¡Cállese! —le grito perdiendo los cabales.

—¡¿Realmente creíste que te amaba?! Él solo no te había contado sobre mí porque esperaba que te enamoraras de tu Alfa —dijo sin que nadie más la silenciase—. Pero, claro, su majestad debía salir con su cuentito de matar al rey. —Se rio con todas sus fuerzas. —Y, obviamente, Jereth aprovechó la oportunidad. Si no se volvía tu Alfa, morirías junto con el rey y, si se volvía tu Alfa, nos matarías tras descubrir lo nuestro. Su decisión estaba más que fija.

¿Ni siquiera le importaba?

Creí que me consideraba su mejor amiga.

—¿Por qué haces esto? —pregunto levantándome de mi asiento.

—Por los mismos motivos que tú tuviste antes y porque me encargaré de que sufras lo que yo sufrí. ¡¡Él murió por tu culpa!!

En ese momento, quise correr hacia ella y golpearla para que se callara de una vez. No obstante, los gritos de Jeremías y Gonzalo me detuvieron. Ambos lucían preocupados observando el lado izquierda del estrado. El pelinegro quería levantarse para ir hacia allí, mientras que el rey ya se había levantando para sujetar a su hija. Luna se había desmayado.

—Y ella morirá por tu culpa —dijo esta maldita.

Entonces, quise contestarle y ordenar su decapitación de una vez. Sin embargo, la voz de su hijo me detuvo.

—No, madre —sentenció muy enojado—. Ella no morirá.

«La Omega del rey» •  [Historia original]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora