Han pasado dos semanas desde la boda y aún no tengo noticias de mi hija. Cada mañana, espero en el jardín de rosas la llegada de alguna carta suya o algún aviso de su llegada. Sé que antes no le tomaba tanta importancia a lo que Luna hiciera; sin embargo, ahora que está casada con Jeremías, no puedo evitar preocuparme. No confío para nada en ese Alfa. Al menos me pone tranquila saber que no puede dañarla.
Algo bueno tenía que salir de ese lazo.
Ahora me encuentro de regreso al castillo, pues no recibí ninguna noticia sobre ella. Camino lentamente, aprovechando el aire fresco, hasta que observo al general Arturo. Ha llegado con prisa, corriendo hacia la puerta principal en la que Gonzalo lo espera.
—¿Alguna novedad? —pregunta mi esposo en voz baja.
En eso, me detengo y escondo detrás de un árbol. Sé que no estoy haciendo nada malo porque Gonzalo igual me contará lo que ocurre, pero necesito escucharlo por mí misma. Desde que le prometí no interferir en su plan contra Jeremías, solo me ha dado respuestas vagas. Y, lo entiendo. Mi trabajo ahora es cuidar de mis pequeños para que no sufran, pero...
... la curiosidad.
—Hemos recorrido toda Agustina minuciosamente, desde la plaza hasta la casita más lejana. Finalmente, no hemos localizado ningún posible grupo rebelde —dice el general con la voz firme.
—¿Y lo otro?
—Ni el príncipe ni la princesa han salido del castillo de otoño, su majestad. Tampoco hemos visto a ninguna persona sospechosa rondando por ahí.
El rey muerde su labio inferior intentando comprender. Tal vez esperaba que Jeremías fuese descuidado y llevara rebeldes a su nuevo hogar. Sin embargo, todo sigue tan pacífico como antes. Luego, frunce el ceño. Parece que su plan se está complicando. Además, la falta de noticias sobre Luna no le permite hacerse ideas sobre los pensamientos del príncipe.
—Puede retirarse —le ordena al general—. Por favor, no bajen la guardia. Tengo un mal presentimiento.
¿Habrá visto lo que pasará?
—A sus órdenes, su majestad —se despide Arturo con una reverencia y, después, sale hacia las caballerías.
—¡Y tú ya puedes salir de tu escondite! —grita hacia la dirección en la que me encuentro.
Rayos...
Me alejo lentamente del árbol mientras sacudo algunas hojas que cayeron sobre mi cabeza. Estoy tan avergonzada. Por gusto me escondí, pues sabía que lo escuchaba. Además, mi vestido se ensució.
—¿Desde hace cuánto sabes que estoy aquí? —pregunto ni bien me paro en frente de él.
Ambos nos encontramos en la puerta del castillo bajo el sol mañanero. El ambiente es frío, pero la luz es intensa. Es difícil ocultar los gestos, en especial, los sonrojos, como el que decora mis mejillas.
—Desde que desperté —dice como si no fuera la gran cosa.
—A veces envidio mucho que tengas sangre real —suelto sin pensar—. Tienen los dones ideales para gobernar mientras que el resto poseemos dones insignificantes. —Suspiro con un poco de molestia.
Entonces, me doy cuenta de que lo dije en voz alta. Eso fue muy rudo de mi parte. Es como si me desvalorara a mí misma y a todo el resto de agustinos. ¿En qué demonios estaba pensando? Sin embargo, Gonzalo no se enoja. De hecho, suelta una dulce risa.
—No pienses eso —contesta sin dejar de sonreír—. Ni siquiera todos los de sangre real tienen dones “mágicos”, solo los futuros reyes.
—Si querías que te envidiara más, lo estás logrando —bromeo.
Sin embargo, pese al buen ambiente, frunce su ceño de repente. Es como si justo hubiera recordado o... ¿visualizado?
—A veces no es divertido saber lo que va a pasar.
¿Qué creen que pasará?
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«La Omega del rey» • [Historia original]
RomanceUn Omega debe someterse a su Alfa, ser sumiso y brindarle descendencia. Además, cada Omega está atado a su Alfa desde que la Luna los une, así que las parejas predestinadas son anunciadas cada año nuevo lunar. Sin embargo, cuando Jimena se entera de...