ESPECIAL 23

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—¿Qué hace aquí? —preguntó una voz seca y amarga— ¿Viene a decir que cobrarán mi vida?

Los calabozos eran fríos y húmedos, también oscuros y solitarios. De por sí, te hacían sentir culpable, aunque no tuvieras un sentencia; tan solo necesitabas un par de horas en ese lugar. Jimena estaba más que familiarizada con aquello. Ella misma había permanecido varios días en una de esas celdas. Por suerte, esos tiempos habían quedado muy atrás.

—El rey Alfa es el único que tiene voto sobre eso —dijo la reina calmadamente.

—Entonces, ¿qué hace aquí? —preguntó la Beta— ¿Quiere que le cuente sobre... mmm... su primer amor? —se burló levantándose del suelo y, luego, caminando hasta quedar lo más cerca posible de Jimena.

Una reja las separaba, pero sus miradas, filosas tal cuchillas, ya estaban en pleno combate. Ninguna se soportaba. Habían sido destinadas a odiarse, aunque pronto se acercaría el final para una de ellas.

—No quiero saber nada sobre él —afirma su majestad—. La historia que tengas con Jereth ya no es de mi interés. Tengo bien claro que no era la persona que creí que era, pero no pienso ensuciar más mis recuerdos.

—¿Ensuciar sus recuerdos? —volvió a burlarse la mujer, sonriendo con malicia— Él murió por su culpa. No tuvo opción más que ayudarle...

—Me traicionó —la interrumpió Jimena después de dar un paso hacia adelante.

Estaban casi cara a cara, escupiendo llamas por los ojos. Podían sentir sus asquerosas respiraciones, mas ninguna se inmutó.

—Yo ya estaba embarazada —susurró—. Nuestras vidas ya estaban planeadas. El único problema era usted. —Frunció el ceño con cólera. —Pudo enamorarse inmediatamente del rey Alfa y dejarnos en paz, pero no. La señorita quería a Jereth y, no solo eso, también la corona. Por ello, estaba más que dispuesta a matar.

—Él pudo negarse —soltó Jimena intentando aguantar unas pequeñas lágrimas que se formaban en sus ojos—. No lo obligué a nada.

—Si estaba tan loca como para matar a su destinado, ¿por qué no le haría lo mismo a Jereth? —Rio sin cuidado. —Además, había algo con lo que los tres simpatizábamos. Los tres queríamos que se fuera el rey.

Pudo decirme la verdad.

—¡¡¡Basta!!! —rugió la Omega finalmente alejándose de esa mujer. Ya no soportaría más aquel veneno. Era ridículo vivir en el pasado y verle la cara a esa traidora— Solo vine a avisarte que tu hijo confesó —dijo sin ocultar un gran gesto de victoria—. Esperemos que el rey, con su increíble misericordia, lo deje vivir al lado de la princesa Luna.

—¡¡¡A mi hijo no me lo van a quitar!!! —gritó la Beta intentando abrir las rejas a jalones; sin embargo, era imposible de esa forma.

Por su parte, Jimena ya no pensaba seguir perdiendo su tiempo. Por eso, se dio la vuelta para empezar a avanzar hacia la salida. Caminó con parsimonia, dando pasos lentos y sujetando delicadamente su vestido para que no se ensuciara tanto. No obstante, antes de retirarse se volteó para decir sus últimas palabras.

—Nadie se lo está quitando, señora. —Suspiró tratando de ignorar la mirada desesperada de la Beta. —Él escogió a su destinada y a la corona. Hizo lo correcto.

—Y le dio la espalda a su madre...

—A una traidora —la interrumpió.

—Sigo siendo su madre.

—La estabilidad de todo un reino, en el que viven cientos de personas, vale más —finalizó antes de abandonar a la pobre mujer.

Lo siento.

Al final de todo, la comprendía. Jeremías le estaba dando la espalda para permanecer al lado de la princesa. Estaba escogiendo el amor de su destinada y el poder antes que nada, antes que a la madre que la diosa le otorgó. De seguro dolía mucho, peor que una daga, pero lo hecho hecho está.

Soy mala distribuyendo capítulos, pero juro que el próximo capítulo sí es el último. Ahora sí de veritas.

«La Omega del rey» •  [Historia original]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora