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Diario del rey —nota 13—:

"Te quitaste tu máscara en frente de mí, y dolió, no sabes cuánto. Sin embargo, mi deber como rey me obliga a tomar medidas. Lo lamento".

Desperté con una fuerte incomodidad en la cabeza y el ardor en mi estómago regresó. No sé si fue por la comida o por el asco que me generaron las miradas ajenas la noche anterior. No obstante, eso no era de importancia, puesto que pronto descubriría qué ocurrió en realidad dos años atrás.

Unos minutos después, tocaron a mi puerta. Era la Beta encargada de vestirme. Me puso un vestido salmón y me perfumó con agua de rosas. Luego, me guió al comedor familiar, en el que Gonzalo me esperaba para desayunar, en frente de una larga mesa rectangular.

Era un mueble precioso, sin duda. Además, había una amplia variedad de frutas y panecillos sobre él, haciéndolo lucir aún más impresionante. Entonces, mi loba aulló de felicidad al descubrir que ese banquete olía a casa, en especial, ese pan con semillas de girasol. Estaba segura de que su destinado había ordenado que eso se preparara para festejarla, para demostrarle su amor. Sin embargo, yo no soy tan estúpida.

—Buenos días —saludé, sentándome a la derecha del rey.

—Cariño, buenos días.

—Supongo que estás listo para contarme lo que prometiste. —Asintió.

La historia fue más trágica de lo que creí. Unos meses antes de la crisis, sus padres habían fallecido por una enfermedad desconocida. Tal fatalidad lo dejó solo y a cargo de todo un reino, a pesar de que no estaba listo, pues tan solo tenía catorce años. Por lo tanto, unos primos de sus padres se ofrecieron a tomar el control temporalmente, mas los otros nobles deseaban que el legítimo heredero asumiera la corona. Entonces, sin experiencia alguna, tuvo que hacer frente a la crisis. Su primera idea fue reducir los impuestos, pero el invierno se acercaba, así que los que le brindaron su confianza exigieron que no se redujesen los cobros, para asegurar sus riquezas. Él, tan joven e inexperto, no le quedó de otra que aceptar, porque no quería desilusionarlos.

—¿Y el reino? ¿Esa gente es más importante que los hombres que luchan día a día por llevar un pan para su familia?

—Jimena... "Esa gente", como tú los llamas, se encargaron de generar alianzas estratégicas, las cuales redujeron la cantidad de muertes esperadas. De no ser por ellos y los impuestos, ahora no habría ni siquiera un reino que proteger —contestó—. Así que quiero que te quede bien en claro esto: un rey siempre debe velar por el bien mayor...

—¡Debes estar bromeando! —exclamé enojada.

—¡Si los nobles hubiesen perdido su riqueza, no hubiera existido manera de recuperarnos! ¡De no ser por eso, los estragos hubieran sido inimaginables! ¡Todos estarían muertos!

Realmente, ¿siempre estuve equivocada?

Lamento haber levantado la voz —me disculpé, mientras mi loba escondía su cola.

Esto me dolía, me apretaba firmemente el pecho, deshaciendo un poco de la armadura de odio que apresaba mi corazón. Era tan solo un joven que había perdido a sus padres, ni siquiera se había presentado como Alfa para ese momento, y tuvo que tomar una decisión de la que muchos dependían. No fue fácil para nadie, sin duda.

—Estaba solo y confundido, así que busqué refugiarme en mi cargo, siendo como un rey debe ser —continuó—. Entonces, cuando finalmente me presenté como Alfa, pensé: "Lo hice, ahora lo tengo todo", puesto que nada me movería del trono. Sin embargo, te conocí y todo cambió.

¿Yo?

—No comprendo —dije en voz baja.

—Vi a la Omega de mis sueños y, por primera vez, sentí que me faltaba algo. Entonces, le rogué a la Luna que nos juntara para siempre.

—¿Por qué yo? ¿Qué tengo de especial?

—No sé si te has dado cuenta, pero tus ojos miel logran calmar hasta la tormenta más torrentosa. Tienes un poder muy especial que no has descubierto aún. No es mágico, sin duda, sino es algo que tú misma has creado. Todavía no se me ocurre una palabra para describirlo, mas logras que cualquiera se sienta en paz con tan solo una mirada.

¿En serio piensa eso de mí?

Lo he odiado sin conocer su versión de la historia, fui injusta y estúpida. Sin embargo, ya era demasiado tarde. Había tomado una decisión que no podía ser revertida. No obstante, mi forma de verlo cambió, así que no pude evitar regalarle una mirada cargada de cariño.

—Gracias —le dije dulcemente, acariciando su rostro.

—Te amo tanto —añadió antes de besarme, regalándome algo que nunca antes había sentido.

¿Qué le haces a mi corazón?

«La Omega del rey» •  [Historia original]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora