Cuatro días después aún continuaba en casa de Tito porque tal como lo había previsto se negó a que nos hospedaramos en otro lugar, evidentemente estaba disfrutando mucho de pasar tiempo con Nasla, quien encantada lo acompañaba a todas las actividades y por las tardes él se quedaba horas admirando a Luciana, que de a poco ya iba a reaccionando a su voz.
Hoy en la noche iría a cenar a casa de Camila, para presentarles a Luciana, ellos estaban enterados que estaba embarazada y jamás habían cuestionado nada. Amaba a esa familia porque nunca te juzgan, solamente te aceptaban si tú te comportas bien con ellos.
Cuando llegué a casa de los padres de Camila me sorprendió encontrarme a Orlando ahí, no dije nada, pero sonreí mientras los miraba con ojos entrecerrados. Él reprimió una mueca de molestia, estaba esforzándose para mostrarse educado y eso me divertía demasiado.
– Deja de disfrutar tanto – susurró cuando lo saludé y eso ocasionó que mi sonrisa se hiciera más grande.
Todos se desvivieron por halagar a Luciana, ella parecía disfrutar la atención, comenzaba a regalar sonrisas a cualquiera que le dijera algo bonito.
“Si te vuelves una coqueta me harás la vida un infierno”
Durante la noche, no podía dejar de observar a Camila y a Orlando, estaba un poco molesta porque ninguno me hubiera dicho que estaban llevando una relación tan seria, pero pues entendí que desde hace meses yo he vivido en un mundo alterno, siempre estaba distraída o regañando a Nasla.
Al terminar la cena Orlando y yo salimos juntos, me acompaño al coche.
– Ya eres libre de burlarte – soltó con resignación.
– Te equivocas, no es motivo de burla, la realidad es que me hace feliz – declaré mientras le tomaba el hombro con cariño.
– No comiences de romántica, relájate, vamos con calma.
“Ja, ja, ja, claro, la cena con los padres es ir lento, quizá con otras personas podría aplicar, pero en caso de Camila no es así”
– Aja, si tu lo dices, te creo – moví la cabeza negando y con una ligera sonrisa me acerqué para abrazarlo.
– Por cierto me enteré que mi hermano sigue siendo un imbécil – murmuró mientras correspondía a mi abrazo.
– ¡Vaya! ahora comparten todo – dije con falso reproche.
Nos separamos y pude observar que se sonrojó ligeramente, puso los ojos en blanco y comenzó a caminar hacia atrás, esperó a que entrara a mi coche, para después irse al suyo.
Al llegar a casa ya estaban todos dormidos, así que entré con mucho cuidado para evitar hacer ruido. Le di de comer a Luciana y después esperé a que se quedara dormida para comenzar a guardar nuestras cosas, porque por la mañana tendríamos que irnos.
Las despedida fue muy emotiva, Tito no quería dejarnos ir ya se había habituado al ruido que generamos, Nasla fue un mar de llanto casi todo el camino, en el avión por suerte se quedó dormida.
Esta ocasión el viaje no fue tan complicado, Nasla ya había aprendido lo mucho que iba a durar, así que dejó de insistir.
Al llegar a casa, Nasla fue por sus flotadores para meterse a la alberca, yo decidí salir, pero me quedé en la mecedora, porque eso siempre relajaba a Luciana y además no quería perder de vista a Nasla.
Los siguientes días nos enfocamos en buscar las cosas que iba a necesitar Nasla para comenzar la escuela. Hacer compras con una niña de 11 años y un bebé es lo más complicado del mundo.
“Esto no es lo que esperaba estar haciendo a mis 26 años”
Cuando por fin pasaron los días y Nasla comenzó su clases mi día a día cambió un poco, comencé a incorporar actividades para mí, obviamente las realizaba cuando Luciana estaba dormida y la dejaba en cuidado de una chica que nos ayudaba en la casa. Lo que acostumbraba hacer era; ejercicio con pesas, salir a correr o nadar en la piscina.
“Tu puedes jugar con tu horario y modificar a tu gusto las cosas que tengas por hacer, pero yo no, ya no cuento con ese privilegio. En el caso de Nasla, no puedo repartir la responsabilidad, pero tenerte a mi lado para cuidar a tu hija hubiera sido de mucha ayuda”.
{ 4 años después }
– Sí, no recoges este desorden no pienso llevarte a la fiesta – sentencié cuando entré a la habitación de Nasla.
– Ni siquiera dije que tú me llevarías, Trish y su hermano vendrán por mí – comentó sin dejar de mirarse en el espejo.
Nasla ya tiene casi 16 años, está en la peor etapa porque es cuando quieres salir con todas las libertades del mundo, pero la realidad es que todavía no las tienes y tristemente no logras entenderlo.
En un mes se irá a otra ciudad a estudiar a un colegio privado que le ofrece el beneficio de asegurarle la entrada a la universidad si se gradúa con todas sus materias aprobadas en primera oportunidad. Yo estaba segura que podía lograrlo, pero por momentos me daba miedo que las amistades o el amor las desviaran de su meta.
“Supongo que tendré que confiar en ella”
– No te hagas tonta, entendiste lo que quise decir – recriminé mientras cerraba la puerta.
– Yo sí recogí mi habitación – comentó con dulzura Luciana que como siempre estaba atrás de mí.
– Yo sé que sí, bichito, tú si eres ordenada, no como tu tía Nasla – le revolví su rubia cabellera y ella me regaló una enorme sonrisa.
Luciana ahora tiene 4 años (recién cumplidos), es de tez blanca, rubia y de ojos tan azules como los de su padre, lo único que tiene parecido a mí es su temperamento y la nariz.
Lo único que sabe de su padre es que vive en un lugar muy lejano y no puede visitarla, pero que la ama con todo su corazón. Ella disfruta de ver mis fotos viejas y me hace contarle lo que pasaba esos días. Prometí nunca hablarle mal de su padre, ella no tiene porque odiarlo tanto cómo lo hago yo.
El miedo me carcome cada que viajamos a Yazan , para pasar las fiestas con Tito o simplemente visitarlo; procuro salir sola y a lugares a los que sé que él no va, por suerte nunca lo he visto.
– ¿Va a venir tía Cami? – cuestionó mientras bajábamos las escaleras.
– No lo sé, mi amor, ha tenido mucho trabajo, porque recuerda que viajó hace unos días.
A pesar de que ya trabajaba casi de forma constante en La libélula, no siempre me encontraba con Camila porque yo solamente iba por las mañanas mientras Luciana estaba en la escuela.
– Yo no me tardo tanto en hacer mi trabajo – comentó con tanta inocencia que no fui capaz de controlar una sonrisa.
– Bueno, el de ella es un poquito más difícil, pero también es un poco lenta – le susurré cómo si se tratara de un secreto.
Ella comenzó a reír divertida y su risa era tan contagiosa que terminé por unirme. Nos fuimos al cuarto de juegos, Luciana pasaba ahí la mayor parte de las tardes, yo en ocasiones jugaba con ella y otras me quedaba viendo la televisión.
ESTÁS LEYENDO
¿Puedo ser tu mayor error?
RomanceKaila recientemente ha terminado una larga relación, la cual parecía maravillosa; un día descubrió algo que acabó con todas sus esperanzas. Ahora está dispuesta a dar un cambio radical a su vida y hacer lo que nunca había imaginado... buscar un comp...