🌼 Capítulo 5 🌼

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Al llegar a casa, comencé mis clases en linea, estaba tomando un diplomado de administración de restaurantes, al terminar hable con Hassel y después llamé a Pierre, él era de momento el encargado del restaurante de papá, pero llevaba días presionandome, no había querido decirle nada a Camila porque consideré adecuado  darle el tiempo de ordenar sus cosas y despedirse de su familia.

– Buenos días, señorita Fischer – saludó amable, allá era un poco más temprano que aquí, así que tuve que acoplar mi saludo a su horario – Como le mencioné en el correo que le mandé hace tres días, necesito saber cuando contaremos con su presencia.

– Por eso es mi llamada… no seré yo quien esté a cargo – escuché su respiración, había aspirado aire, por la sorpresa – No te preocupes, es una persona de mi completa confianza y solo quería decirte que tardará un poco en llegar.

– ¿Cuánto es un poco?, señorita.

– El próximo miércoles, pero si quieres estos próximos días puedes tratar directamente conmigo las dudas o problemas que tengas.

– Me parece perfecto, hoy haré una revisión completa y le llamaré – me colgó sin decir nada más.

Tengo veinticuatro años y la gente espera que esté a cargo de un lugar tan inmenso como “La libélula”, siento que en algún momento de mi vida me voy  a arrepentir por estar invirtiendo demasiado tiempo a los estudios y al trabajo”

Esa noche no cené, por el cansancio quedé dormida de manera inmediata cuando mi cuerpo sintió la cama. Hoy fue mi primer día del diplomado y había sido agotador, debido a que ya no recordaba lo que implica tomar clases y en gran medida también por una jornada laboral donde la mayor parte del tiempo la paso de pie y por si fuera poco el tener que arreglar los problemas de dos restaurante; estaba cansada emocional y físicamente.

DESCONOCIDO: La verdad es que si estás hermosa y quiero que terminemos aquello que estábamos haciendo el otro día, te mando esto para que te animes (envió una imagen) – y fue así como lo primero que vi ese día, fue un pene.

Yo ya sé que tiene un pene, porque me va animar a verlo, ¡osh! hay gente tan desagradable en este mundo”

Lo bloquee y de inmediato le mande un audio a Camila.

KAI: Me envió una foto de un pene, SU PENE, CAMILA TE ODIO.

CAM: Ja, Ja, ¿Supongo que no estaba tan bueno? – dijo con un audio también, la mayor parte del tiempo se reía.

Me arreglé y fui a trabajar, en el momento que Camila me vio llegar no soporto y comenzó a reírse. Pero no dijo nada porque no hablábamos en tiempo de trabajo.

Al salir tomé una pequeña porción de pastel, para comerla en mi coche, porque iba a esperar a que Camila terminara de hablar con Hassel, sabía que no iba a ser sencillo para ella y quería estar para apoyarla.

– ¿Y bien? – interrogué en el momento en que entró al coche.

– Pues me ofreció quedarme, es más me regaló su restaurante, dijo que soy la mejor empleada – dijo fingiendo arrogancia.

– Deja de decir estupideces y cuéntame – arremetí

– Ay, pues qué más podía decir, se avento el discurso de lo bien que hago mi trabajo y que será una gran pérdida, pero que estaba feliz por mi crecimiento, bla, bla bla…– intentó restarle importancia, pero yo sabía que la había conmovido la situación y por eso evite continuar rascando la herida.

– ¿Entonces hasta cuándo seguirás viniendo?

– El sábado es mi último día – su voz perdió un poco de esa alegría que la caracteriza.

– Ojalá que el sábado venga el señor cara de perro, para que te deje una super propina – ambas soltamos una carcajada. Ese señor odia a todo el mundo, menos a Camila.

Antes de que bajara del coche le entregué una caja con chucherías, para que le dejara fuera de la puerta y Celia pudiera encontrarlas. Yo era consciente de que en ocasiones completan con dificultad a cubrir todos sus gastos y que en la despensa debían prescindir de comida que no consideraban indispensable, entonces yo acostumbraba a llevarles un poco de comida esporádicamente, si por mi fuera lo haría diario, pero a ellos les avergonzaba que lo hiciera.

Cuando llegué, estacioné mi auto en la cochera y vi que tenía un mensaje de Camila, era una foto de sus hermanos pequeños: Celia y Miguel (12 años), estaban parados junto a la caja y en sus rostros tenían una genuina sonrisa de felicidad.

KAI: Hermosos, espero que no te compartan nada – agregué un emoji de un corazón y uno de un beso.

Camila y yo no somos de las amigas que pasan el día pegadas al celular, contándose absolutamente todo, o respondiendo siempre… si no es necesaria una respuesta, no se da y ninguna de las dos lo tomaba a mal.

Los siguientes días transcurrieron con normalidad: Camila, trabajo, trabajo, diplomado, trabajo, Camila, trabajo… son las cosas constantes en mi vida. El sábado salimos a algunos bares y no estoy orgullosa (sí, sí lo estoy) me besé con al menos cuatro hombres (no al mismo tiempo).

– Yo sabía que muy dentro de ti, había un espíritu libre –  dijo Camila y alzó los brazos al cielo –  Ya me siento mejor por dejarte, creo que te irá bien.

– Igual no te salvaras de mi por mucho tiempo – expresé con una sonrisa malvada.

El domingo por la mañana, despertamos desorientadas y creyendo que era más tarde, Camila tenía que salir a las 11:00 am al aeropuerto, ella se baño y se arregló lo más rápido posible, yo no tenía prisa así que no me bañe solo me desmaquille y me cambié de ropa.

Llegamos a casa de Camila para recoger sus cosas y que se pudiera despedir de sus papás; no me bajé del coche para darles privacidad.

– Sé que te vas a molestar por lo que te voy a decir… el departamento en el que te vas a hospedar, ya lo compre; así que no debes de preocuparte por la renta –  le dije cuando llegamos al aeropuerto.

– Kaila, no puedo aceptar eso – sus ojos me miraban con decepción.

– Pero cuando me vaya para allá viviré allí, solamente estaba previendo la situación.

– Creo que la vida es muy injusta contigo, te mereces más de lo que tienes –  me abrazó – Te molesta si me voy yo sola.

– Pues sí me molesta, pero te entiendo… no lo hagamos difícil, además no es como que jamás te volveré a ver o a saber de ti.

Nos abrazamos y se marchó.

Me quedé contemplando cómo se alejaba, segura de lo que estaba haciendo y con una meta establecida, admiraba mucho a esa mujer... un idiota hizo sonar su claxon que me sacó de mi momento de melancolía.

– Ya voy idiota, ¡Ya voy! – grité mientras avanzaba.

¿Puedo ser tu mayor error? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora