🌼 Capítulo 8 🌼

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– ¿Con quien te fuiste ese día?, no me di cuenta – preguntó Seily cuando me vio cruzar la puerta de la entrada del restaurante.

– Con un chico que se llama Orlando, pero te juro que no pasó nada – dije mientras me colocaba mi filipina.

– No conozco a ningún chico con ese nombre, seguro era invitado de alguien

– La verdad, no le pregunté – hable apática, porque estaba concentrada ordenando mis utensilios.

Note su presencia frente a mi observandome por unos segundos y después se marchó, quizá percibió el cambio drástico en mi actitud, esperaba que no se ofendiera, pero ya sería otro día el que le explicara lo importante que es para mi mantenerme enfocada en mi trabajo.

En la salida para mi suerte la encontré en el estacionamiento y le dije que lamentaba mi actitud, pero que tendría que acostumbrarse que dentro del restaurante soy una persona completamente distinta a lo que soy fuera.

– No te preocupes, solamente me sorprendí, pero ya con el tiempo iré aprendiendo a como es todo por aquí – sonrió amable y se subió al coche.

Los siguientes días la percibí igual que siempre, alegre y parlanchina, pero que en el momento que debíamos trabajar se apartaba, entonces me sentí tranquila.

La vida sería más sencilla si todos hicieran lo que nosotras; yo expliqué y ella comprendió e intentó acoplarse”.

El viernes por la noche mientras estaba en clase, mi celular no dejaba de sonar.

Llamada entrante
Cara de nalga

A penas termine regrese la llamada, lo puse en altavoz porque estaba empezando a preparar la cena.

ORLA: ¿Qué pasa allí?... ¿Por qué me hablas mientras tienes sexo desenfrenado por toda la cocina?

KAI: Estúpido, estoy preparando la cena, ¡dime que era tan urgente!

ORLA: Menos mal, porque si no puedo ver, no me sirve de nada solo escuchar tus gemidos.

KAI: Callate, eres un enfermo – me reí a carcajadas

ORLA: Ay bueno ya, ahora si, lo importante es que mañana habrá una fiesta y quería saber si te gustaría ir… no es una cita, no te alteres.

Que bueno que lo dices,, porque si estaba empezando a alucinar”

KAI: No puedo, tengo un compromiso el domingo por la mañana.

ORLA: Ay, pues te vas en vivo, solamente no te pongas tan borracha.

KAI: Iré a ver a mi abuelo, no pienso andar desvelada.

ORLA: Bueno, con la familia no me meto, ya será otra ocasión, disfruta tu cena, aunque hubiera sido mejor el sexo  – soltó una risita y colgó.

Este hombre tiene mas vomito verbal que yo, pero lo peor de todo es que él lo hace a voluntad.

El domingo me desperté más temprano de lo planeado, porque pensé que era una excelente idea llevarle a Tito, un paquete de sus galletas favoritas.

– Buenos días, señorita Luci, supongo que la está esperando Fede –  me saludó el guardia.

Para todas las personas de este lugar mi nombre es Luci, esto gracias a mi abuelo que me llama así, no es mi segundo nombre, ni nada parecido; todo es debido a que él dice que soy una persona que brilla de forma impresionante, pero que me dejo intimidar muy fácil y pierdo mi luz, aunque solo por unos segundos porque nadie es capaz de apagarme por completo y siempre vuelvo a brillar, entonces para él soy una luciérnaga <Luci>.

– Sí, así es, Braulio – sonreí.

Levantó la pluma, que me permitió el acceso al lugar, maneje a casa de Tito, era inconfundible porque su jardín estaba lleno de flores (gracias a mi).

– ¡Otra vez la puerta abierta! – grité mientras bajaba del coche.

– Antes de gritarme ven a darme un beso, mi luci, hermosa – estaba sentado en su mecedora favorita, con una camisa tipo polo guinda y unas bermudas de mezclilla azul.

– No trates de distraerme, van a entrar animales a tu casa si continuas dejando la puerta abierta y ya sabes lo que pasa cuando te pica una araña – recrimine mientras me acercaba a abrazarlo y darle un beso.

– Eres muy regañona para ser tan joven, te saldrán arrugas muy pronto, aunque seguro seguirás siendo hermosa – con el índice me dio un golpecito en la punta de la nariz – ¿Qué traes en esas maravillosas manos?

– Ya lo sabes, ¿para qué preguntas? –  sonreí, coloqué las galletas en la mesita y tomé asiento en la mecedora que estaba libre.

Me contó sobre las cosas que han cambiado, las personas que han llegado y de Teresita, una mujer de 80 años que ocasionalmente viene a ayudarle a cuidar las plantas y a comer con él. Siempre que hablaba de ella yo fingía que me molestaba, pero la verdad es que me dejaba tranquila que hubiera alguien más que se preocupara por él.

Cuando él me hablaba en mi mundo no existía nada más que el sonido de su voz, sus tiernos ojos y el olor a hierbabuena que expedía el ungüento que siempre usa.

Cuando terminamos de comer las galletas, entramos a su casa y le ayude a ordenar algunas cosas, nos sentamos a ver una película, ambos disfrutamos el cine de terror así que solo con él veía esas películas.

Cada que yo aceptaba venir a “desayunar”, sabía que significaba pasar todo el día aquí, después de la película él regularmente se quedaba dormido y yo ordenaba lo que quedaba pendiente, para después preparar la comida.

Cuando estaba por sacar la basura, me encontré dos cajas de galletas de las mismas que yo acostumbro a traer, eso me desconcertó porque era ya un mes que yo no había venido.

“Seguro, Teresita, ahora quiere ganarselo con esto”

– Tito, despierta – susurré mientras lo movía con delicadeza.

– Yo no estaba dormido – Bromeó

– Bueno pues entonces me confundí, vamos a comer –  le ayude a ponerse de pie.

Comimos mientras platicabamos, ahora era mi turno de contarle todo lo que había sucedido en mi vida, obvio evité tocar los temas vergonzosos, su rostro se entristeció cuando le dí la noticia de que Camila se había marchado y era probable que no la viera por un largo tiempo.

– Me alegro por la nena bonita, sus papás tienen un ángel como hija – le tomé la mano y la apreté con cariño.

Como era costumbre al final del día cuando estaba por marcharme, me regaló un pequeño dibujo de un bicho/insectos, esta ocasión fue una cigarra, acostumbraba hacerlos coloridos. Mi Tito amaba los animales, no importaba el tipo que fueran, para él eran lo más hermoso y como yo lo amaba a él...adoraba su arte.

–Tito, dile a Teresita, que solamente yo puedo traerte galletas de coco–  le di un beso y me preparé para salir de la casa.

– No fue Teresita – me gire para mirarlo, al verme desconcertada prosiguió – No quería decirte nada porque sé que no te va a gustar, pero me las trajo Alejandro – confesó.

¿Puedo ser tu mayor error? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora