39. Actus Hominis

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A Enzo siempre le pareció cruel la imagen de un león enjaulado que recorría en círculos su encierro, gruñendo siempre por lo bajo y luchando por salir hasta que terminaba rendido, cediendo ante el encierro y se agazapaba en un rincón

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A Enzo siempre le pareció cruel la imagen de un león enjaulado que recorría en círculos su encierro, gruñendo siempre por lo bajo y luchando por salir hasta que terminaba rendido, cediendo ante el encierro y se agazapaba en un rincón. Era cruel, considerando que él como hombre lobo intentaba imaginarse en esa situación y tan solo entendía al león. Sin embargo, comparar a Ezra Beckett con un león enjaulado era quedarse cortos.

El león cedería. Ezra Beckett parecía que no.

En sus años como detective había sido testigo de miles de manera de afrontar el desespero y el miedo, se había enfrentado a centenar de situaciones que podían parecerse a esa que tenían entre manos ahora pero nadie nunca había actuado como ese pequeño muchacho. El abatimiento en él era obvio, eso no podía negarse, sus hombros estaban laxos y las ojeras debajo de sus ojos denotaban que había pasado la noche en vela esperando por noticias de su madre que jamás llegaron, e incluso con el cansancio encima había tenido la fuerza suficiente para ir a primera hora a la comisaria bien arreglado. Pero pese a las obvias señales de fatiga y a la gran baja que tuvo su humor con la llegada de su tío, Ezra Beckett no parecía tener ánimos de rendirse, pues si algo existía en su mirada era la fiereza de un luchador.

Enzo cerró la puerta de la sala de interrogatorios cuando todos terminaron de entrar, los pasos firmes de Ezra Beckett hacían eco en ese lugar, y fue ahí donde más le pareció un león enjaulado, pues pasó por completo de la silla que Rezza le señaló y se quedó de pie, caminando en círculos frente al cristal que lo reflejaba como el fantasma lleno de determinación que era.

—Estaba en la gala anoche con nosotros —dijo el lobo, arrugando el entrecejo, aun intentando comprender la razón por la que el jovencito estaba ahí— ¿No volvieron juntos?

Ezra negó, sin girar hacia él o detener su marcha, pero Enzo pudo ver a la perfección el reflejo de su rostro por el cristal de la sala, angustiado y ensombrecido. La cantidad de cosas que debían estar pasando por su cabeza, Enzo se preguntó en qué debía estar pensando, aunque podía hacerse una idea y ninguna era buena. Él también pensaba quizás la mitad de ellas.

—No apareció cuando nos fuimos —dijo, intentando sonar sin que se notase el temblor en su voz —. Fue muy raro...Nos fuimos tarde, pero cuando estábamos esperando el auto ella jamás apareció. El viejo nos dijo que ella le avisó que se iría temprano y uno de los valet parking nos confirmó que le llamó un taxi al salir. Pero no se despidió de mí, ni de Lety, y pensamos que había ido por Aiden a casa de sus amigos dónde estaba quedándose, pero nunca pasó por ahí. Esperamos en casa, y tampoco apareció en toda la noche. Ni hoy. Y no contesta las llamadas, apagado. Intenté rastrearla, está usando uno de mis prototipos de celulares y no hay nada.

Había algo en aquella historia que a Enzo no le gustaba en absoluto, y cuando miró por el rabillo del ojo al hada, al parecer a éste tampoco. Audrey Beckett estaba segura hasta donde él sabía, porque esa reunión había sido cerrada y nadie más que ellos tenían oportunidad para enterarse de la existencia de esa mujer que ahora se autoproclamaba reina de las hadas ¿o quizás había un traidor entre ellos? A estas alturas nada le extrañaría a Enzo que así fuese, considerando que Hestia buscaba aliados por todas partes.

El lobo que deseaba salvar a una mariposa herida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora