41. Punto muerto

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Había momentos en la vida que existían para marcarse al rojo vivo en los recuerdos y en sus cuerpos

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Había momentos en la vida que existían para marcarse al rojo vivo en los recuerdos y en sus cuerpos. Momentos hechos para poner a prueba la voluntad de las personas...llevándolos a superarlos o a caer a un profundo pozo del que no había escapatoria. O tal vez sí, y quizás ahí, en el fondo, era que la verdadera prueba comenzaba, cuando todo parecía perdido y entonces había que hacer la decisión final:

¿Quería ser visto o quería vencer?

En todos sus años de vida Enzo jamás se había hecho esa pregunta, nunca lo necesitó pese a que las cosas parecían hundirse. La transformación, luego aprender a vivir como un hombre lobo y descubrir una nueva cara de una ciudad que jamás imaginó conocer...y poco más, los problemas amorosos y personales poco parecían importarle al grado de orillarlo a decisiones tan extremas. Nunca había estado en ese pozo, al borde de él quizás pero alejarse siempre resultó fácil.

Ahora, era difícil aferrarse a la orilla con las manos esposadas y una sentencia sobre su espalda.

La voz femenina de la detective que le leía sus derechos, las quejas de Kali al fondo, una estación entera guardando silencio para ser testigos de cómo uno de sus mejores detectives era arrestado por sospecha de asesinato, a él, Enzo Biecchi, el que todos sabían cómo más noble y al mismo tiempo más inclemente a la hora de investigar. El más honrado y derecho.

Y Enzo sabía que estaba jodido.

No fue consciente de ello hasta que sintió el alboroto explotarle los oídos. Salió de su ensimismamiento en el instante que un grito rompió en su calma y el peso de un cuerpo ajeno chocó contra su pecho.

Sage.

—¡Esto no se va a quedar así! ¡Esto lo vas a pagar!

Era el rostro de un hombre desesperado y roto, un hombre histérico que tomó a Enzo del cuello de la camisa y lo zarandeó tanto como pudo. Enzo tampoco estaba oponiendo fuerzas, estaba...demasiado sorprendido e intentando procesar las cosas como para procesar también al juez Sage sobre él en histeria, culpándole por la muerte de su hija. Con una estación que intentó separarlos, pero aunque Enzo no estaba oponiendo fuerzas, el juez Sage estaba aferrado a él.

—¡Era solo una niña, hijo de puta!

Pretendió contestar, solo logrando un sonido ahogado pues en realidad no sabía que contestar. Porque sabía que estaba jodido.

Sin embargo se tensó cuando un calor terrible entró en contacto con la piel de su brazo, reconocía esa jodida sensación en cualquier instancia y gruñó entre dientes por inercia. Al igual que actuó por inercia, saltando hacia el frente en afán de apartar al cabrón que acababa de pegarle una pieza de plata en el brazo; su fuerza fue indiscriminada, rompió las esposas ante el jadeo de una sorprendida detective Clearwood y solo porque él mismo se dio cuenta antes de que fuera demasiado tarde no alzó las garras hacia Sage. Su ataque quedó a medio camino, y en ese instante lo tuvo cara a cara como nunca antes.

El lobo que deseaba salvar a una mariposa herida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora