31. Calma después de la tormenta

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—Buen día detective

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—Buen día detective.

Enzo se sobresaltó con la voz femenina que llegó a sus oídos. El lobo levantó la cabeza, dándose cuenta que en algún punto de la noche ésta misma había caído sobre la camilla del hospital mientras sus manos mantenían aprisionada la mano de Rezza, quien también dormía. Suspiró, y negó, buscando desesperezarse y giró para saludar a Verity Chatwin.

—¿Llegué muy temprano?

—Lo siento —dijo Enzo, dignándose a soltar la mano de Rezza —. Estaba exhausto, y no sé qué cosa le dio de tomar el hada que vino a verlo, pero lo dejó bastante noqueado.

—Creo que a ti también te noqueó un poco.

Enzo sonrió, y Verity se apoyó en el marco de la puerta ¿Qué horas serian? Por el ruido en el hospital ya era de mañana, muy temprano, y Enzo no podía creer que se había dormido toda la noche ahí. Le había hecho falta tanto descansar, que había caído como un tronco cuando todo estuvo calmado en su interior.

—Te invito un café —le dijo la mujer, Enzo miró a Rezza aun dormido —. No creo que se despierte aún. Venga, relájate un poco ¿Hace cuánto no hablamos tu y yo?

Al final Enzo terminó por sentarse en la cafetería de abajo con Verity, mientras un par de tazas de café calientes descansaban en las manos de ambos, y un emparedado les llenaba el estómago.

Había tenido largas charlas con Verity antes, en las horas de trabajo cuando estaba sentado en su sillón en plena consulta, hace años. Y las había repetido intermitentemente luego de que había dejado de necesitarlo, pero hace tanto que ni pasaba por su consultorio; no hacía falta, la verdad, pero ahora...

En realidad estaba bien, pero esos últimos días habían sido una pesadilla.

Por suerte ya había despertado de ella.

—Debo presentar un informe psicológico para su historial médico —informó Verity —. Y para el caso. Por si te preguntabas que hacia aquí.

—Estar atenta a tu paciente, imaginaba yo —confesó el lobo —. Siempre has sido muy empática.

—Bueno, podemos decir que además de eso, vengo para estar atenta a mi paciente —bromeó, llevándose la taza a la boca para beber. —. A ambos. Y no sé si querrás que un tercero visite mi consultorio pronto.

Enzo bufó.

—¿Sinceramente? No sé qué vaya a estar pensando Tristán una vez salga de aquí. Siempre ha sido tan, ya sabes, tan altivo e independiente, salvaje. Nunca ha pasado por algo parecido a esto. Estoy muy preocupado por su reacción. Y no sé si vaya a querer ir a consulta.

—Nadie quiere ir a consulta las primeras veces —burló la chica—. Tengo que hablar con él igualmente en cuanto despierte, pero tienes mi número, por si está interesado luego.

El lobo que deseaba salvar a una mariposa herida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora