1. Sobre lobos y balas

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El olor a café recién hecho llenó sus fosas nasales, y Enzo aspiró con placer en cuanto el olor a granos tostados le atacó en sueños y le fue inevitable no abrir los ojos

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El olor a café recién hecho llenó sus fosas nasales, y Enzo aspiró con placer en cuanto el olor a granos tostados le atacó en sueños y le fue inevitable no abrir los ojos. La habitación estaba a oscuras, con las persianas echadas hacia abajo y la gruesa tela de las cortinas evitando que cualquier atisbo de luz se colara.

Enzo gruñó, su cuerpo se sentía tenso y entumecido, pesado. Se estiró, o al menos eso intentó; oyó el traqueteo del metal y su estiramiento quedó a la mitad cuando recordó las cadenas que sostenían sus manos a los barrotes de la cama. Miró, sorprendido, como éstos seguían en su lugar, intactos.

Bueno, ni tan intactos, estaban doblados, pero al menos no estaban rotos. Casi.

«Bien. Fue una buena noche»

No recordaba nada de aquella noche, lo único que sabia era que estaba frustrado y adolorido. Su lobo gritaba dentro de él, rabioso y con ganas de arañarle la cara por haberlo encerrado; necesitaba salir, estirarse, dejar que sus huesos tronaran al correr libre y que sus músculos estiraran luego de largo tiempo entumecidos. Mejor prevenir que lamentar, podía aguantarse unos cuantos días de frustración si con eso se mantenía vivo. Problemas de ciudades.

Haló de su mano, las cadenas repiquetearon contra los barrotes y volvió a gruñir. Necesitaba soltar eso.

—¿Tristán? —gritó, removiéndose en la cama. Las sabanas rasparon en su piel desnuda.

Nadie respondió, Enzo resopló e intentó otra vez jalar para romper los barrotes, pero si esa noche no los había roto (con suerte) ¿Qué posibilidades tenía de hacerlo ahora? casi ninguna, pero no perdía nada con intentar.

Escuchó, a lo lejos, la radio con algún hit del momento de un tal grupo llamado No Control (Se sabía las canciones de memoria, Tristán no dejaba de ponerlas). También podía oler el desayuno, la grasa del tocino lloviendo en el sartén. Casi podía imaginar a Tristán moviendo sus caderas en bóxer al ritmo de la música con una espátula en la mano.

Enzo viró su cabeza para encontrarse con el reloj digital en la mesa de noche, 5:14 a.m. tenía que levantarse. Iba tarde.

—Tristán —repitió, un poco más fuerte. Escuchó más ruidos, pero ninguna respuesta. Resopló de nuevo — ¡Tristán, tengo que ir al trabajo!

Tristán apareció segundos luego, usando un bóxer naranja y con una espátula en su mano. Tal y como Enzo lo imaginó. Sonrió por conocer a la perfección a ese escurridizo elfo. El cabello rubio caía sobre sus hombros, brillando con sus alargadas orejas sobresaliendo. Arqueó una ceja, perfectamente limpia, lo que no estaba perfectamente limpio era su piel pálida, llena de cardenales y mordidas que seguramente eran culpa de Enzo. A veces la luna llena era peligrosa.

—Podría dejarte todo el día ahí.

—Pero no lo harás —respondió Enzo, pero Tristán sonrió, negando. —. Oh, por favor, Orejas Puntiagudas, tengo que trabajar.

El lobo que deseaba salvar a una mariposa herida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora