11. No culpes a la luna

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Le dieron un tiempo, dejándola calmarse un poco antes de comenzar con el interrogatorio, y cuando sus hipidos fueron bajando en intensidad, Enzo fue el que primero habló, dándole el pésame por su perdida y prometiéndole que encontrarían al culpable. Palabras más y palabras menos, la señora Hart no sabía mucho al respecto de los asuntos de su hijo, no sabía porque había salido aquella noche...pero si sabía de dónde conocía a los otros jóvenes.

—Él y Gabriel trabajaban juntos —dijo la mujer, los hipidos ya no eran frecuentes y aunque sus ojos estaban rojos e hinchados ya no había lágrimas en ellos —tenían este grupo entre ellos y unos cuantos chicos más que limpiaban casas, jardines, piscinas, todo muy económico para juntar algo de dinero entre ellos. Alguien les contrató, terminaron trabajando en casa de ¿Cuál es su nombre? Es este hombre, el...el juez Sage.

Kali arqueó su ceja curiosa, y se cruzó de piernas con la mirada áspera sobre la mujer.

—¿Sage los contrató para trabajar en casa?

La mujer asintió, arreglándose en el asiento y pasándose de nuevo el pañuelo por los ojos aunque no tuviera más lágrimas que botar.

—Jhon vino emocionado cuando consiguieron el trabajo, diciendo que un hombre de dinero les había dado oportunidad y... que con eso tendríamos dinero y llevaríamos a su hermana a una buena escuela —la señora Hart ahogó un gemido de pena, tapándose la boca con el pañuelo —. Que me compraría joyas hermosas. Estaba emocionado por un trabajo, él y Gabriel...

—¿Qué otros chicos estaban involucrados? —preguntó Enzo.

—No muchos, ellos dos, mi hija menor Sophie y la hermana de Gabriel, Mónica. Eran solo ellos, al menos para este trabajo.

—¿Y sus hijos formaron algún tipo de lazo con estos chicos? Sage, Dallimore, Crosbie —preguntó la náyade, interesada. Pero la mujer negó.

—Solo estaban ahí para limpiar. Que yo sepa, mis hijos jamás hicieron algún comentario sobre rodearse de alguno de los chicos.

Para Enzo había algo en todo aquel cuento que no le cerraba. La señora Hart no les mentía, de eso estaba casi seguro, lo que no cerraba era la conexión entre los chicos; si era como ella contaba ¿qué tenían que ver todos? ¿Por qué juntos en una playa?

—¿Hubo algo extraño mientras trabajaban ahí? —decidió preguntar, y la mujer hipó, negando una y otra vez.

—A veces el trabajo era demasiado fuerte, demasiado rudo, los de la casa eran exigentes y ellos unos jóvenes a penas, Sophie solía llegar desganada, a finales ya casi no quería ir. Un día simplemente dejaron de ir, me dijeron que terminaron el trabajo y tuvieron una paga buenísima. Mire —la señora dejó el pañuelo para alzar un poco su cabello y mostrar el par de aretes que brillaban preciosos haciendo juego con un collar. Era una pieza de joyería hermosa, y cara. — Me compró este juego de joyería. Guardó algo para su hermana, el fondo de estudios, y se dio muchos gustos él también.

El lobo que deseaba salvar a una mariposa herida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora