16. Buenas noches

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La lluvia no cesaba, pero por suerte no tuvieron que mojarse al llegar a casa de Enzo. El estacionamiento estaba techado y extrañamente cálido, aunque quizás y solo quizás lo que estaba cálido era Enzo a su lado. Subieron a su casa en silencio, Rezza se abrazaba a la correa de su bolso, nervioso, porque no estaba listo para estar en casa del pelirrojo, que una cosa era salir con él y verlo en la estación, pero ahora dormiría en su casa. Esperaba que fuera solo una noche, pero Enzo estaba tan preocupado por el allanamiento en casa de Rezza, que algo le decía al hada que sería para larga aquella estancia.

El lugar no se veía mal, estaba sobre las expectativas de Rezza. Por algún motivo él esperaba un departamento de universitario, desordenado y oloroso, pero en realidad estaba bastante limpio y ordenado. Enzo dejó las llaves y el arma sobre la mesa del comedor, en la sala, y Rezza se detuvo en medio para observar el lugar.

—¿Comiste?—preguntó, aunque ya conocía la respuesta, tanto que entró directo a la cocina para buscar las sobras de su cena. Rezza fue detrás de él.

—En realidad no tengo hambre.

Enzo destapó la olla que estaba en la hornilla apagada, luego fue al refrigerador.

—Espero te guste la pasta con salsa del súper —ignoró su "no tengo hambre", ah no, en su casa iba a comer. Ahí no se iba a salvar. Abrió el refrigerador para meter la cabeza y rebuscar dentro —. Sé que mi vecina me dio pollo y está por algún lado. Puedo calentarlo para ti.

Rezza infló los cachetes, bueno, parecía que Enzo iba a obligarlo a comer. Debía resignarse.

—Solo la pasta está bien —aceptó su derrota.

Enzo le miró, ahí notó que Rezza no cargaba su usual suéter enorme, sino una camisa a media manga. Dios ¿Cómo no se dio cuenta antes? Estaba temblando del frío. Cerró el refrigerador y se acercó a él, pero no lo tocó.

—Estás temblando —le dijo — ¿Tienes frio?

Rezza miró sus propias manos, de pronto recordó que estaba con los brazos expuestos y se sintió tan...desnudo y vulnerable. Se abrazó a sí mismo, intentando en vano ocultar el brazo sin marcas, aunque era estúpido hacerlo, Enzo ya lo había visto antes.

—No llevé paraguas hoy y me mojé camino a casa —confesó —. No logré cambiarme.

—Ve a darte una ducha caliente mientras te hago de comer. Lo siento, debí darme cuenta antes.

Rezza negó, restándole importancia. Poco a poco dejó que sus brazos cayeran de nuevo al lado de su cuerpo.

— No te disculpes, tan solo muéstrame el baño, pulgoso.

Enzo salió de la cocina seguido de Rezza y lo llevó a su habitación, para que tuviera más privacidad en aquel baño. Entró y encendió las luces para él.

El lobo que deseaba salvar a una mariposa herida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora