36. La corte de los susurros

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Una risa estaba danzando por los aires entre los miembros de la corte, la música tenue le acompañaba mientras el cuchilleo de todos se endulzaba con el ritmo de la vida que se hacía entre los que hacían existencia entre los árboles de uno de los r...

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Una risa estaba danzando por los aires entre los miembros de la corte, la música tenue le acompañaba mientras el cuchilleo de todos se endulzaba con el ritmo de la vida que se hacía entre los que hacían existencia entre los árboles de uno de los reinados más viejos en toda Rivershire. Ese que existió desde mucho antes que los primeros pobladores llegasen a sus tierras.

A lo largo de la entrada de cortinas de lianas y enredaderas que separaban la sala de reuniones de la corte del resto del reino, con el arrullar de una cascada y un riachuelo al fondo, una joven hada avanzó. Al final del camino la reina se encontraba sentada entre flores y cojines, pasando sus largos dedos por el cabello platinado de la chiquilla entre sus piernas. Los soldados bajaron las cabezas al verle pasar, era pequeño y delgado, con unas preciosas alas que brillaban en iridiscencia bajo las luces de los faroles y de la luna entrando por entre la copa de los árboles.

—Quiero salir —dijo al detenerse al frente de la reina, sin siquiera arrodillarse ante su presencia. Cualquier otro consideraría eso como un insulto si no supiese de quien se trataba el que estaba ahí parado.

La reina, sin siquiera inmutarse continuó paseando sus dedos por aquel hermoso cabello platinado natural.

—Pues ve, cariño —le dijo al hada frente a ella, un niño precioso a quien las puntas de sus orejas le sobresalían por entre los rizos oscuros—. Dile a Imadon que vaya contigo, tráeme algo bonito de regreso. Uno de esos dulces humanos que tanto me gustan.

—No—dijo el niño de nuevo, su negativa ocasionó sorpresa en la mujer, hermosa con su melena rubia que brillaba bajo las luces mágicas alrededor y que deslumbraba por el aleteo de las mariposas que por algún motivo descansaban en su cabellera —. Quiero...ya sabes.

Arqueó una ceja, volteando a mirarlo por fin y capturó unos ojos tan iguales a los suyos; la muestra más grande de su parentesco...luego de las alas. Sería un niño, no tendría menos de quince pero las alas en su espalda que aun así plegadas gozaban de la maravilla digna de la realeza, de tener su sangre corriendo por sus venas, tan grandes y preciosas como las suyas. Rezzaryah era uno de sus más grandes orgullos, al igual que el resto de sus retoños...pero él era especial.

—¿Perdón? Estás balbuceando, Rezzaryah, no te entiendo —aseguró con severidad—. Vocaliza.

—Que no te estoy pidiendo salir ahora, ni un momento, ni...ni por ratos. Tampoco junto a Imadon o cualquiera de mis hermanos o los soldados —recitó. Para Hestia no pasó desapercibido como jugaba con los hilos de seda que sobresalían de las mangas transparentes de su camisa, ni como sus alas se batían con nervios pese a que su cabeza estaba en alto exigiéndole algo.

—No pienso permitirte salir solo de La Corte, Rezzaryah. De por sí está prohibido y-

—No quiero que Erfy siga dándome clases aquí —le cortó el hada menor—. No me es suficiente.

Eso bastó para que la reina alzara las cejas con interés y por fin detuviese sus caricias sobre el cabello de la pequeña.

—Aldana, déjanos solos —pidió ella, dándole unos toquecitos con sus dedos en los hombros, una orden silenciosa que entendió para levantarse y alejarse dando brinquitos. Al pasar junto a Rezzaryah, la niña alzó sus ojos hacia él, negros como la noche y le sacó la lengua. Rezzaryah le respondió el gesto a su hermana pequeña Aldana y ambos rieron en silencio mientras ésta los dejaba solos.

El lobo que deseaba salvar a una mariposa herida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora