10. Aguas turbulentas

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Caminar por el puerto le traía ciertos recuerdos a Enzo que si bien en su momento fueron traumáticos, ya no veía su vida sin que eso hubiera ocurrido. Cada vez que ponía un pie ahí, y que sus fosas nasales captaban el aroma a sal y la arena picando contra su piel, Enzo recordaba que ser un hombre lobo era lo mejor que le había pasado.

Observó el esplendor del puerto, los barcos atracando en el muelle, las gaviotas sobrevolando, y las vans de la policía y la morgue aparcadas no muy lejos de donde él estaba, rodeados de luces, policías y lo que era obvio pues para algo estaba ahí: de muerte.

Enzo aspiró hondo. Miró sobre su hombro, hacia sus espaldas, donde el puerto seguía y seguía en largos caminos, a solo unos pocos kilómetros estaba el lugar por donde le atacaron cuando era adolescente. El lugar donde un lobo salvaje decidió darle la mordida. Lo agradecía, aunque en su momento fuese una experiencia terrible.

Se colocó unos lentes de sol, era demasiado temprano y el sol madrugador de la playa le picaba en los ojos, había recibido la llamada de un tiroteo en la playa cuando el sol aún no salía. Varias personas, uno iba camino al hospital, el resto estaban muertos. Enzo se giró hacia la conglomeración cercana, rumbo a donde la escena del crimen estaba. La gente, los trabajadores del lugar ya estaban echando un ojo sobre la escena, y a él le tocaría entrevistarlos luego, pero primero debía hacer su trabajo y visitar a su forense favorito. Cruzó la cinta y bajó un montículo de arena hacia la playa, donde todo el equipo trabajaba, vislumbró la escena con atención: cuatro cuerpos cercanos entre ellos, sangre por todos lados. Farra y Rezza estaban ahí, haciendo su trabajo, y Enzo supo que era serio cuando notó que Farra estaba callado, inmerso en lo suyo, aun cuando Kali estaba frente a él. En cambio, Enzo miró hacia la dirección de Rezza, agachado sobre otro de los cadáveres con el ceño fruncido y la boca presionada en una línea, Enzo no pudo evitarlo, su instinto lo llevó hacia el hada que parecía arisco al estar bajo los rayos del sol.

—Buen día, Campanita —saludó melodioso, sonriéndole coqueto. Rezza ni lo miró. Como siempre. —. ¿Qué tal dormiste?

De alguna manera, Enzo ya no podía comenzar el día sin preguntarle eso. Para él, era como una pequeña muestra de preocupación, aunque Rezza a lo mejor no lo viese así.

—Dulce y caliente como un bebé —respondió, sus dedos enguantados estaban presionando la carne muerta del cadáver. —. ¿Vas a preguntarme eso todos los días ahora?

—Si es necesario, si.

—Y yo que pensaba que no podías ser más molesto...

Le resultó adorable la forma en la que Rezza lo trataba aun estando tan pendiente de la víctima. Enzo sonrió, metiendo sus manos en los bolsillos de su pantalón y giró sobre sus talones para ver a Farra y Kali.

—¡Farra! —saludó, Kali y el joven levantaron la mirada —. Bien muchachos ¿Qué tenemos aquí? Se ve bastante mal.

—Nada bueno—dijo Kali. —. Tenemos solo la identificación de dos de ellos: Adam Sage y Jay Dallimore.

El lobo que deseaba salvar a una mariposa herida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora