42. Sobre lobos y hadas

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Cuatro meses después

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Cuatro meses después


El detective de homicidios Enzo Biecchi aspiró hondo mucho antes de que sus ojos se abriesen, el olor al café recién colado y el de un desayuno cocinándose inundaba su departamento y él solo pudo disfrutar del intenso olor de los granos tostados mientras seguía sumido en la oscuridad detrás de sus parpados, de todas formas al abrir los ojos solo se encontró con una habitación a oscuras, con las persianas impidiendo que la luz entrase. Miró a un costado de la cama vacía y ahí se quedó pensativo mientras la luz del reloj despertador iluminaba el costado de su rostro de un azul pálido.

Otro nuevo día.

Tenía que ir a trabajar, no podía permanecer en cama. Estaba frustrado, adolorido, su lobo chillaba por ser liberado, la luna llena estaba tan cerca y desde hacía cuatro meses a Enzo le era imposible controlarse en las cercanías de la luna, y cuando llegaba la noche era peor. Ya pasaría, ya pasaría, podía con eso, solo tenía que repetirse todo lo que aprendió de cachorro. Se levantó derrotado, se metió a bañar para desperezarse, se arregló y se alistó. Salió vestido, con la placa y la pistolera en manos antes de dejarlas sobre la mesa del comedor, y ahí se quedó un segundo, observando el jarrón que habían puesto esa misma semana con flores nuevas, dalias rojas y camelias de un rojo intenso y un adorable color rosa que ya estaban comenzando a marchitar. Sonrió al verlas.

—¿Té o café? —escuchó que le preguntaron en la cocina.

—Café. Cargado. Buenos días, Tristán.

Se pasó las manos por el cabello, lo llevaba corto, había renunciado a su melena pero la barba seguía espesa y densa, se lo había cortado hace un par de semanas y se sentía tan raro tener el cuello desnudo, pero hacía falta un cambio. Se rascó la nuca y se acercó a la cocina, apoyándose en el umbral. Tristán estaba ahí haciendo el desayuno, logró ver tocino, champiñones, tomates cherrys, salchichas, huevos, tostadas, hasta granola y frutos rojos y mermelada, que barbaridad. Desayuno inglés al estilo de Rivershire, de sus favoritos.

—¿Cuándo fue el último día que te diste libre? —preguntó el elfo, sacando el pan del tostador.

—¿Estás intentando darme una sugerencia?

—No ¿por quién me tomas? —entornó los ojos, claramente lo hacía —. No es como que me haya costado hacerte venir a dormir anoche.

—Bueno, tenía trabajo —espetó con un encogimiento de hombros, pasando hasta la cafetera para servirse su taza cargada —. Esos casos no se van a resolver solos.

—La ciudad no va a explotar si te tomas un día.

—Eso no lo sabes —dijo con una sonrisa.

Tristán rodó los ojos y lo ignoró, volviendo su atención al desayuno para servirlo.

—Eres un puto pesado —escupió el elfo, pasándole su plato que Enzo tomó sin rechistar, aguantándose la risa—. Lárgate de mí vista, ve a comer, oficial.

El lobo que deseaba salvar a una mariposa herida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora