29. ¿Ser visto o triunfar?

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─Enzo, necesitas calmarte

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─Enzo, necesitas calmarte.

El lobo gruñó, ronco y grueso como un animal salvaje. Kali ni siquiera lo culpó de ello, pero llevaba un rato intentando calmarlo mientras caminaba en círculos como un león enjaulado frente en el vestíbulo del piso diez del hotel, esperando que no se transformase ahí mismo o que matase a alguien. Pero era tan imposible.

─¡Lleva dos horas ahí dentro, joder! ─gritó, señalando con impaciencia hacia la puerta de una sala de reuniones ─ ¡Dos horas! ¿¡Qué tanto hablan en dos horas!? ¡No sé qué le está pasando ahí dentro y no me deja entrar la muy...! Joder. Mierda.

Enzo se echó hacia atrás, pasándose las manos por la cara e intentando que los caninos que crecían en su boca se volvieran a convertir en caninos humanamente normales, que sus ojos amarillos se calmasen y que todo el desespero que sentía se disipase.

Pero solo había una forma en la que eso pasara, y no estaba ni cerca de suceder.

─Es lo que querías ¿no? ─dijo Kali, alzando la ceja─. Querías que hablara con Verity. Pues ahí lo tienes.

─¡Quería que fuera por su propia voluntad, no porque le haya dado un jodido ataque de pánico o lo que mierdas haya sido eso en medio de una investigación! ¡No quería que fuese así! ¡No porque le haya dado una puta crisis!

Enzo se apoyó en la pared más cercana y se dejó caer al suelo, sosteniendo su rostro entre sus manos y respirando hondo una y otra vez, intentando no buscar el olor de Rezza, intentando no mirar hacia la sala de reuniones donde desde hace dos horas, Verity Chatwin, psicólogo clínico, estaba encerrada con Rezza desde que éste se había perdido y roto por completo.

Enzo no había podido controlarlo. No supo cómo, pues todo pasó demasiado rápido, de un segundo a otro Rezza estaba intentando montarse sobre la cama para tocar el cuerpo, huyendo de todo el que buscase tocarle y solo a la fuerza Enzo fue capaz de sacarlo de ahí sin que la escena se viese comprometida, y sin que Rezza se viese lastimado. Pero eran gritos, era llanto, era un desastre que tanta había sido la fuerza de Rezza en intentar huir de lo que temía, que terminó arañándole los brazos al lobo con tanta fuerza que Enzo descubrió los ligeros surcos de color rosa paseando por sus brazos. Aún podía escuchar sus gritos pitando en sus oídos, y el olor pútrido del desespero y miedo le encogían el pecho con tanto dolor porque le lastimaba que Rezza en ese estado no era capaz de reconocer la seguridad de los brazos que lo amaban y protegían.

Solo podía gritar que no lo tocasen. Que no se las quitasen. Que se las devolviesen.

Se miró las manos, juraba que había visto las marcas de sus dedos en la piel clara de su hada, había sido demasiado rudo. Le había agarrado con demasiada fuerza y de verdad que juraba que le había lastimado. Sabía que había dejado marca. Una puta marca en la perfecta piel de su Campanita. Pero tuvo que hacerlo, tuvo que evitar que Rezza se lastimase, que se hiciese daño él mismo, pero había terminado hiriéndolo él.

El lobo que deseaba salvar a una mariposa herida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora