32. Nahí Tam

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La normalidad era algo que nunca dejaría de amar

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La normalidad era algo que nunca dejaría de amar. Y para Enzo Biecchi la normalidad se veía como un hada adormilada entre sus brazos, mientras el sol aún no salía y lo único que iluminaba en la oscuridad era la luz del reloj de mesa, y el tenue resplandor bajo la piel de su muchacho.

Verlo dormir era la cosa más bonita de todas. Enzo podría pasar el día entero en ello, admirando la forma en la que se acurrucaba contra su pecho, en como respiraba, en la manera que sus cabellos rizados ya muy largos cubrían su carita. Y él, cada vez que le veía, se derretía totalmente por dentro.

Además, verlo dormir era un milagro. Por eso le dolía tanto despertarlo, pero estaba seguro que al menos esa noche había dormido sin interrupciones. Se inclinó sobre él, sacando un poco la sabana de entre ellos y besando su rostro.

—Campanita, amor —llamó en susurros, tocando los costados de su cuerpo. Rezza se quejó, negando, y se acurrucó más en su pecho —. Hey. Se te pasa la hora. Levanta.

Un último beso sobre su cabeza antes de que el lobo se levantase de la cama, debía iniciar el movimiento del día. Si él no se despertaba temprano, nada en esa casa despertaba.

Luego de todo el trajín con el caso de El artista, se estaba disfrutando unos merecidos días libres (que además le ayudaban a no matar al capitán nada más verlo por los pasillos), que le servían para tener a Rezza vigilado y para calmarse él mismo. Eran solo una semana y media, luego de ese fin de semana tendría que volver a trabajar, y para calma de Rezza él también. Así que todo estaba volviendo a la normalidad...

La primera noche fuera del hospital, Rezza no pudo dormir nada. Si no era por el insomnio, al momento de cerrar los ojos le atacaban las pesadillas; y los días que le siguieron fueron iguales, por suerte llegó una salvación que aunque al principio el hada se negó a usar, se vio obligado a ello: el psiquiatra.

Enzo preparó el desayuno esa mañana, y mientras escuchaba el agua del grifo en el baño correr que indicaba a Rezza arreglándose, el lobo tomó las pastillas y las dejó junto al vaso de agua en la mesa.

Sí, Rezza había salido de la consulta vuelto un desastre. Furioso, rabioso, tan decepcionado de sí mismo, llorando mientras gritaba improperios e insultos hacia una persona que solo hacia su trabajo por tenerlo mejor. Enzo le sostuvo la mano todo el camino hacia la farmacia cuando fueron a comprar las pastillas con el recetario. Enzo también tuvo que limpiarle las lágrimas cuando esa noche se quedaron en el departamento del hada, y éste se negó a tomarse la primera dosis.

Al final, lo hizo. Antidepresivos, ansiolíticos, nombres que Enzo en su vida aprendería a pronunciar pero que a Rezza le salían tan fluido como su propio nombre. Las que se tomaba de noche lo tumbaban de corrido, lo hacían dormir sin interrupciones, pero despertaba sediento; y que decir de los efectos secundarios, cuando a lo largo del día era atacado por migrañas terribles que lo volvían aún más irritable de lo que pretendía ser de por sí. Nadie te hablaba de los efectos secundarios de esas cosas, y aunque Verity afirmó que siempre buscaba huirle a la medicación, si el psiquiatra y ella lo habían visto necesario...

El lobo que deseaba salvar a una mariposa herida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora