3. ¿Ser o no ser?

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Ese lugar era su hogar.

Su refugio, el único lugar donde parecía sentirse seguro pese a todo lo que llevaba detrás. Rodeado de muerte y violencia, pero era su casa, su lugar preciado. Su escondite.

Se encontró a gusto en aquel sitio en muy corto tiempo, se hizo de aquel espacio su nido y se volvió celoso y desdeñoso con éste. Llegó a pensar incluso, que era más valioso que su propio y verdadero hogar. Su pequeño departamento en aquel edificio no era tan importante ni tan seguro como la morgue de la estación de policías de Rivershire.

Quizás le gustaba por el silencio, porque sin importar que los pasantes y el asistente estuviesen ahí, la morgue siempre estaba en silencio. Quizás era por sus acompañantes que no molestaban nunca (Y no se refería a los pasantes, tampoco al asistente), los muertos eran la mejor compañía porque jamás se quejaban, jamás hablaban. A lo mejor se debía al frío eterno y calador de huesos, o a las luces frías sobre su cabeza que le hacían recordar el resplandor de la luna en sus mejores noches sobre la copa de los árboles.

Aunque a veces llegaba a pensar que la verdadera razón era porque estar rodeado de cadáveres ya se sentía normal.

Fuese lo que fuese, Rezza sentía la morgue como un espacio sagrado, para él y para sus preciados cadáveres, que tanto se merecían un trato increíble, que merecían ser tratados con respeto y delicadeza. Y él, con sus manos delgadas y suaves se encargaba de brindarles el mejor trato, de nunca ser demasiado agresivo en sus estudios y de hacer lo mejor que podía para encontrar la causa y el causante de que estuviese en su camilla de examinación.

Solía llegar demasiado temprano, aún cuando la hora de su turno no fuese sino hasta las siete de la mañana, él ya estaba ahí desde antes, sabiendo que el otro forense que cubría la morgue en horas nocturnas se iba antes de las seis. Y a Rezza no le gustaba que los cadáveres se quedasen solos tanto tiempo, no le gustaba saber que las pobres almas vagaban solitarias. En cambio, él disfrutaba del tiempo a solas, dónde dejaba su verdadera forma libre, con su indómita naturaleza y el deseo de jamás tener que ocultarse salía a flote. Al menos hasta que el resto llegaba, Farra o los pasantes. Aquel día no fue la excepción, Farra llegó a las siete y nueve minutos de la mañana, con su habitual sonrisa de hoyuelos y su cabello rubio brillando en neón gracias a las luces de la habitación. A Rezza le agradaba Farra, era un hombre vivaracho y parlanchín pero que sabía que él no lo era, así que optaba por ahorrarse la parte parlanchina y limitarse a cruzar palabras con Rezza solo cuando era necesario. Pero a Rezza le gustaba, porque cuando Farra abría la boca solo salían cosas curiosas, interesantes, así que terminó por acostumbrarse a charlar con él, y ahora era común oírlos hablar mientras realizaban autopsias, o bromear entre ellos con ciertos chistes médicos. Así que sí, a Rezza le agradaba Farra. Era un buen hombre.

Los pasantes tampoco estaban mal, dos jovenzuelos estudiantes de medicina con grandes ganas de estudiar que tanto Rezza como Farra aprovechaban. A uno le temblaba el pulso un poco, y el otro era muy asustadizo, pero tenían grandes mentes.

El lobo que deseaba salvar a una mariposa herida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora