20. Sobre el límite permitido para la indecencia

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MIERDA

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MIERDA.

M I E R D A.

Enzo rechinó los dientes nada más tuvo conciencia de estar despierto. Oh, mierda. Sí, eso podía sentirlo, eso...eso le decía muy bien lo que estaba pasando. Abrió los ojos, solo en su habitación, el olor de Rezza aun estaba volando por los aires, tenue, pero ese día...ese día estaba tan intenso. Estaba tan fuerte, tan metido en él. Tan, tan...

Se levantó. Hacía calor, estaba sudando. Respiró hondo. Mala idea, el olor pegó en él y volvió a echarse en la cama donde las sabanas que aun olían a Rezza le cubrieron. Qué bien olía Rezza, olía exquisito ¿dónde estaba y porque no era en su cama? quería besarlo, quería meter sus manos en esa ropa y sentir directamente su piel, lo tersa que era y descubrir si esos colores feéricos marcaban alguna diferencia en su tacto, quería-

Respiró hondo nuevamente, hundió la cara en la colcha y apretó en un puño la tela. Concéntrate, Enzo, concéntrate. Lunes a primera hora, su celo no esperaba y venía rudo, venía fuerte. Enzo la iba a pasar mal. Lo peor es que ni siquiera podía pasarla durmiendo, por el dolor y las crecientes ganas que no se lo permitían, no le daba tregua, necesitaba dispersarse un poco para tener la oportunidad de descansar aunque fuesen segundos.

Derrotado, decidió que la mejor manera de tener una mañana meramente tranquila consistía en hundir su cara en las colchas para tener el olor del hada mientras su mano se perdía entre sus pantalones de chándal. Oh, viejos tiempos entre él y su mano desnuda, no los extrañaba para nada.

—Si sabes que cuando Enzo se entere que vinimos sin él estará furioso ¿verdad?

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—Si sabes que cuando Enzo se entere que vinimos sin él estará furioso ¿verdad?

Rezza reprimió la sonrisa, la carpeta que llevaba en las manos se sentían pesadas al llevar el caso de El Artista ahí, más que un peso real era un peso que dejaba el tener que resolverlo cuanto antes. Kali iba a su lado, caminando por medio del jardín frontal de aquella pintoresca casa que hace meses no visitaba, un camino adoquinado que llevaba hasta el porche.

—Es su culpa —dijo subiendo los únicos dos escalones para terminar en el porche. La fachada de la casa era de color caoba, pintada recientemente y de tablones blancos alrededor de las ventanas y la puerta.

El lobo que deseaba salvar a una mariposa herida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora