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Levi, ataviado en su uniforme de soldado, se terminó de anudar la pañoleta blanca alrededor de su cara. Luego dio vuelta un banquillo, el mismo que usaba para dejar su ropa limpia y doblada, y se encaramó para hacerse oír con claridad. Lamentablemente, era el más bajo de los tres.

—¿Por qué luces tan emocionado, Levi? —preguntó Conan.

—No estoy emocionado —respondió Levi.

—Sí que lo estás —aseguró Sean. —Hasta diría que estás sonriendo.

—Tengo miedo —le susurró Conan a Sean.

—¿Qué es esa parafernalia que llevas encima, Levi? —preguntó Hunter con curiosidad.

—No tolero más la mugre de esta habitación —informó un ceñudo Levi a sus compañeros. Llevaba un delantal atado en la cintura y el cabello negro y lacio cubierto con otra pañoleta blanca. —Así que hoy la limpiaremos a fondo.

Conan y Sean intercambiaron miradas de estupor, aunque Hunter fue el primero en quejarse.

—¿¡Estás loco!? —berreó el chico. —¡Hoy es domingo! ¡Y limpiamos hace dos días!

—¡Estamos a nada de la próxima expedición! ¡Quiero descansar! —dijo Conan, haciendo una rabieta. —¿Y por qué diablos tenemos que hacerte caso? ¡Eres un simple soldado como todos nosotros!

Levi lo fulminó con la mirada. Rápidamente, bajó del banquillo, levantó la pierna y le propinó un puntapié en la cara a Conan. Su compañero de habitación cayó hacia atrás, sobre el suelo, y terminó sobando su nariz sanguinolenta entre medio de quejidos.

—Porque, si no lo hacen, les romperé la cara a los tres —advirtió Levi. Apretó el pie contra la cabeza tumbada de Conan como si se tratara de una cucaracha. —Creo que están al tanto de que ninguno de los tres es rival para mí.Sean y Hunter miraban la situación con espanto.

—¿¡Por qué solo nosotros tres!? —se quejó Sean. —¿Dónde están Moblit y Fenrir?

—¡Da igual! —exclamó Levi al subir al banquillo de nuevo. —¡En marcha!Los dos soldados se levantaron de los camastros a regañadientes. Conan, mareado y con la nariz ensangrentada, se incorporó del suelo. El chico sostuvo un escobillón, Sean un cervuno y Hunter un trapo húmedo.

—Tú —señaló Levi a Conan con el dedo. —Limpiarás debajo de todas las camas, sobre todo bajo tu cama, que está repleta de restos de basura porque eres horriblemente sucio y desordenado. —Luego apuntó a Sean. —Tú, saca esas malditas telarañas del tejado que ya hasta les puse nombre a una y ordena la ropa limpia. —Se dirigió a Hunter. —¡Hay polvo en los muebles y marcos de las ventanas! Yo me encargaré de lavar las sábanas y luego le pondré fenol al piso. ¡Comiencen!

Cuando las agujas del reloj marcaron el mediodía, Levi contempló con satisfacción la habitación. El piso relucía como si se tratara de cristal. Ya no se encontraba el rastro viscoso del alcohol derramado por los rincones ni esa película de polvo asquerosa sobre los muebles. Tampoco había telarañas encaramadas en el tejado o la ropa sucia desperdigada por la habitación. Por fin en el ambiente se respiraba un aire limpio, rutilante y esterilizado. Por fin todo estaba en orden.

Levi se bañó y lavó a mano su delantal y las pañoletas para secarlas al sol. Después, se dirigió al comedor, con el libro que Erwin le había entregado. Allí, se sorprendió al ver sus compañeros de habitación sentados alrededor de la mesa en donde generalmente el chico almorzaba y cenaba en soledad.

Conan, Hunter y Sean engullían su almuerzo sin dialogar entre ellos y con rastros de agotamiento en sus caras demacradas. Por su parte, Levi tomó mansamente el almuerzo, que se trataba de un puré de batata y papa, y asió una taza de té para luego hacerse de un lugar en la mesa lindante a sus camaradas.

VÉRTEXDonde viven las historias. Descúbrelo ahora