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El cielo empezaba a cerrarse y el viento silbaba a través de las hojas de los árboles, trayendo consigo un ligero olor a tierra húmeda. Levi observaba los nubarrones desplazarse lentamente sobre el firmamento. Se preguntaba si la estructura de la casona, que ahora actuaba como refugio para tantas personas, podría soportar la copiosa lluvia. El capitán estaba seguro de que, después de casi dos meses de sequía, el agua caería a raudales.

El choque de las hojas metálicas lo sacó de sus pensamientos. La casona, el bosque y las casas abandonadas de la villa (o al menos los restos de ellas) se habían convertido en un campo de batalla. Los soldados y rebeldes brincaban por los techos, saltaban, se empujaban y golpeaban unos con otros. El gas del equipo de maniobras serpenteaba entre las ramas de los árboles y las cuchillas metálicas tintineaban y cortaban el aire desde todos los rincones. De vez en cuando, Mike y Levi debían intervenir para que la situación no pasara a mayores.

Erwin había salido de su escondite y vigilaba con atención los movimientos de los soldados y el ataque de los rebeldes. Hange ni siquiera se había molestado en regresar.

El capitán resopló y lanzó una mirada furtiva a Erwin. Levi le habría preguntado al comandante en qué demonios estaba pensando, porque no tenía la más mínima idea de lo que pasaba por su mente, si no fuera porque Fenrir y Zenda estaban enzarzados en un entrenamiento lo suficientemente temerario como para lastimarse de gravedad.

Recostado contra la corteza de un árbol, con los brazos cruzados, el capitán centró su atención en la situación que se desarrollaba frente a él.

Zenda tomó distancia de Fenrir con un extenso salto hacia atrás.

—¡Vaya sorpresa! —exclamó, limpiándose un hilo de sangre que brotaba de su boca. Fenrir había logrado propinarle un codazo en la comisura de los labios—. Has entrenado bastante.

Agitado, Fenrir aferró la empuñadura de su hoja metálica con ambas manos, intentando ralentizar la respiración. Sus pies se clavaron en la tierra, levantando briznas de hierba y una pequeña polvareda. Jadeaba como un animal sediento.

—Me ha entrenado Levi —confesó el soldado con satisfacción—. ¿Qué esperabas?

Una vena palpitó en la frente de Zenda y las cicatrices que atravesaban su cara enrojecieron.

—No esperaba nada de ti —siseó, blandiendo su cuchilla metálica en el aire—. Ni siquiera con mi hermana lograste un buen rendimiento.

Fenrir le lanzó a Zenda una mirada dura como el acero.

—Ya ves —contestó, rechinando los dientes—. Las personas cambian.

Los labios de Zenda se curvaron en una sonrisa aún más tétrica que la anterior.

—¡Oh, sí! —exclamó—. De eso estoy completamente seguro.

—Sabes que la amé, ¿cierto?

Zenda apretó la mandíbula.

—No me hables de ella —farfulló, e inmediatamente arremetió contra Fenrir.

Zenda corrió como un animal enfurecido. El soldado esquivó la ferocidad de su adversario deslizándose hacia la derecha. Luego, flexionó las rodillas y activó el gas del equipo de maniobras para darle más impulso a su salto. Fenrir rodeó a Zenda desde arriba, mientras el líder de los rebeldes se giraba en redondo, anticipando el ataque. Fenrir aterrizó de nuevo en el suelo cuando su hoja metálica impactó contra la de Zenda y sus miradas volvieron a echar chispas, en un contacto visual lleno de tensión.

-—¿Duermes tranquilo por las noches después de matar a tanta gente? —Fenrir presionaba su cuchilla contra la de Zenda.

Zenda ensanchó su sonrisa, aunque sus orejas y mejillas estaban rojas por una ira que, según Levi, intentaba controlar.

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