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-¡Oigan! ¡Con cuidado! ¡El suelo es de hormigón! -les gritaba Mike a los novatos.

El líder de alto rango tenía los brazos cruzados sobre el pecho y el rostro rabioso de siempre. Levi ya lo conocía de memoria: cejas peludas inclinadas hacia abajo, nariz aguileña y arrugada, dos pliegues en la unión con la frente, la boca curvada y los ojos verdes, bien achinados, del tamaño de dos nueces.

Se encontraban en el interior de un perímetro asfaltado en el área trasera del hospedaje militar. Pese a ser bastante reducido en espacio, estaba amurallado y era utilizado para los ejercicios simples.

Horas atrás, Levi se había levantado temprano y recibido a Mike en la puerta de su oficina para notificarle que aún no regresarían a Stohess. La razón era que Erwin estaba ocupado con un asunto institucional y todavía no podían volver. El capitán quiso indagar más sobre el tema, pero Mike aseguró que no sabía mucho al respecto y Levi no le creyó nada.

Luego del desayuno, Levi y Mike lograron drenar el agua del patio y juntar las hojas caídas de los árboles. Las lluvias ya no arreciaban en el interior de las murallas. El tiempo había mejorado, pero el cielo continuaba encapotado. Finalmente, pese al latente agotamiento de la noche anterior, les impartieron ejercicios físicos a los novatos. Hubo alguna que otra queja, pero no tardaron en empezar con los entrenamientos cuerpo a cuerpo; bajo la supervisión de los dos soldados.

Levi se dispuso a analizar los movimientos ofensivos y defensivos de los subordinados. Había un par que eran aceptables por las formas en la que propinaban patadas y encestaban puñetazos, aunque nada por qué sorprenderse. Leyó los legajos e informes de la mayoría de ellos y concluyó que todavía estaban muy verdes para las expediciones.

Sin embargo, en su escudriño, cuatro novatos le llamaron la atención y se concentró en ellos. El grupo estaba conformado por tres hombres y una mujer. Los dos primeros se enfrentaban entre sí, mientras que la mujer peleaba con otro soldado.

Los hombres se hallaban desprovistos de cualquier rastro de benevolencia en sus posturas, peleaban como si no hubiera un mañana, con arrojo y precisión, reconcentrados pura y exclusivamente el uno en el otro. El que llevaba la ventaja, era alto, enjuto y de tez trigueña. Su peinado extravagante le recordaba a las cebollas recién extirpadas de la tierra. El contrincante era igual de alto y se defendía uniendo los antebrazos a la altura del rostro. Tenía el cabello rubio y traslúcido y una incipiente barba como Mike. Este último había logrado girar sobre su eje y con la envión fingir que le insertaba un puñetazo en la nariz a su compañero. Como eran combates de entrenamientos, no estaba habilitado el contacto físico directo, a no ser por determinadas excepciones como la defensa personal.

Por otra parte, la única mujer de ese grupo era muy chica. No tendría ni quince años y su corta estatura no superaba la media. Se trataba de la misma soldado que lo había estado observando de manera furtiva en el comedor. Levi la contempló interesado por la velocidad con la que reaccionaba a los golpes de su compañero. Fue en eso, que apreció como aferraba su muñeca y lo reducía por el brazo para derribarlo. En la caída, la chica retuvo el cuerpo del recluta para evitar que se dañará la cabeza, sin embargo, el joven se mordió la lengua en el aprieto y un hilo de sangre brotó de su boca.

-¡Oye, mocosa! -le dijo el capitán. La soldado se inquietó de inmediato-. ¿Cómo te llamas?

La chica se volvió en redondo, enderezó la postura y colocó la mano sobre el pecho en posición de atención. Apenas soltó al novato, que estaba en el suelo, terminó mordiéndose la lengua de nuevo.

-¡Capitán! -gritó ella, con las mejillas enrojecidas y cierto quebranto en la voz-. Mi nombre es Petra Ral, señor. Soy de aquí, de Trost, señor.

Levi levantó una ceja inquisidora. Petra estaba demasiado sobresaltada y hablaba muy rápido.

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