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Antes de que todo comenzara, el capitán Levi habló con su subordinado.

—Eres consciente de que ya no hay vuelta atrás, ¿verdad?

Sean caminaba al lado de Levi, con la vista al frente y los labios sellados por el silencio. Las botas de los dos hombres repiqueteaban en el suelo mientras se dirigían hacia el exterior del refugio.

—Lo sé —contestó Sean, haciendo un puño con sus manos—. Pero no había otra manera.

Levi lo estudió con escepticismo, escudriñándolo a través de sus ojos azules y rasgados. El soldado tenía el rostro desencajado por el estrés, algo inusual en Sean, que era bastante tranquilo.

—¿Por qué lo hiciste?

Sean desvió la mirada.

—Por lo mismo que tú has querido matar a Lobov —contestó—. Justicia. Venganza, tal vez. Me siento vacío.

—Hange y Erwin creen que Paige no mató a Conan.

—¿Y tú?

—También lo creo —convino Levi—. Pero estoy seguro de que ella sabe quién pudo haberlo hecho y no quiere decirlo.

Sean bajó la cabeza y miró la palma de su mano. La misma que había empuñado para matar a Linus. Había sangre seca entre sus dedos y a lo largo de la muñeca. Se frotó contra la tela de sus pantalones.

—No siento culpa —susurró más para sí mismo que para Levi—. ¿Es normal? ¿O soy un monstruo?

—Probablemente lo seas —farfulló Levi.

Sean alzó la mirada y soltó una carcajada amarga.

—Gracias —ironizó—. Me iré al infierno, ¿verdad?

—No —respondió Levi—. Ya estamos en él.

Minutos después, la calma del refugio fue interrumpida por el estupor. El murmullo se extendió como una avalancha cuando Henning y Lynne salieron con el cuerpo del rebelde envuelto en una sábana raída y manchada de sangre.

Sean se puso pálido al sentir el peso de las miradas sobre él. No era lo mismo matar titanes que asesinar personas.

Nifa extendió el brazo, puso una mano en el hombro de su compañero y la apretó con dulzura.

—Tranquilo, Sean —dijo—. Solo cumpliste con tu deber.

Sean tragó saliva, pero no dijo nada.

—¿Qué hacemos con él, Levi? —preguntó Henning al capitán.

A su lado, Lynne estaba petrificada y apenas podía hablar. Se limitaba a juzgar a Sean con la mirada mientras su novio, apesadumbrado, bajaba la cabeza y evitaba su mirada.

—Entiérrenlo en el bosque —replicó Levi, desviando una mirada furtiva hacia Nanaba, escondida entre las copas de los árboles.

La soldado hizo un gesto con la mano, que el capitán comprendió perfectamente, y desapareció entre la espesura del bosque.

Con el sol poniéndose, las sombras comenzaron a alargarse sobre el follaje.

Mientras tanto, Sean, Dawn y Nifa siguieron con la mirada a Henning y Lynne hasta que desaparecieron en la densidad del claro.

Fenrir, que había salido de la casona, se colocó al lado de Levi y le susurró:

—No puedo creer que Sean se haya animado a hacer eso.

Levi y Fenrir estaban a unos metros de la entrada del refugio. Nifa, Dawn y Sean estaban cerca, a unos pasos de ellos.

El capitán observó de reojo. El soldado guardaba las hojas en su equipo de maniobras después de limpiarlas con un trapo húmedo.

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