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¿Estás enojado, Levi?

-No.

-No te creo -dijo Hange-. ¡No me has hablado en todo el viaje!

-Soy un hombre de pocas palabras -resolvió decir el capitán, y golpeó el anca de su caballo para apresurar el paso.

Los dos soldados habían llegado a Stohess alrededor de las diez de la mañana. Durante todo el trayecto, Hange se disculpó por su comportamiento del día anterior e intentó actuar como si nada hubiera sucedido. La soldado hablaba a más no poder de un montón de cosas absurdas y sin sentido, mientras Levi se limitaba a fingir que la escuchaba en silencio, pero lo cierto es que no le prestaba atención.

Estaba enojado.

Muy enojado.

Hange no tenía idea lo difícil que era para él expresar sus emociones. Luego de que al fin había tomado el valor necesario para besarla, lo rechazó de una manera estúpida y humillante. ¿Qué persona en su sano juicio se pone a hablar de naranjas y músculos después de un beso? ¿Qué era eso de que tenía otras prioridades? ¡Ni siquiera quería ser su novio! ¡Era una idiota!

Habiendo tantas mujeres en la Legión que se maldijo a sí mismo por fijarse en la más rara, excéntrica y lunática de todas. Deseaba con urgencia que sus sentimientos hacia ella se terminaran de una vez por todas. Él no podía desear a Hange. Tampoco debía quererla.

Levi se dio cuenta que la líder de escuadrón jamás dejaría de lado su amor por la ciencia y los titanes. Le parecía perfecto que luchara por sus sueños, pero estaba obsesionada y su obsesión no le permitía ver otra cosa que no estuviera relacionado con sus objetivos.

Luego del beso, el capitán anduvo perdido un buen tiempo. No tenía idea hacia dónde dirigirse. El exterior era un caos y Levi quería estar lo más alejado posible de los asuntos vinculados con la Policía Interior. Permaneció entonces sentado en el hall del hotel mientras leía ediciones anteriores del diario de Mitras para matar el tiempo. Aguardó un par de horas a que Hange se durmiera y, cuando regresó a su habitación, la encontró babeando y roncando en su cama, con las gafas torcidas sobre el puente de la nariz y el edredón hecho un revoltijo bajo sus medias sucias.

Levi le quitó la gafas, las guardó en su portafolio y arropó a la chica con las sábanas. Después, volvió a sentarse en una de las sillas, cerró los ojos y se durmió.

A lo largo de dos años en la Legión, había adquirido nuevas costumbres: se bañaba cada vez más rápido y dormía entre dos a cuatro horas diarias sentado en una silla. Desconocía porque le costaba tanto conciliar el sueño tumbado en la cama. Solo notó que mientras más activa estaba su mente, más rápido llegaba a dormirse durante la noche.

-¡Bienvenidos! -gritó Moblit con alegría, tan pronto pasaron por la puerta del recinto-. ¿Cómo les fue?

-Pésimo -fue lo único que dijo Levi.

El capitán dejó su yegua en el interior de los establos, la apeó y enfiló hacia el edificio principal. Hange hizo lo mismo solo que Moblit la taladró con cientos de preguntas. El subteniente se mostraba disconforme y quería saber por qué no habían conseguido el laboratorio que tanto añoraban.

Conan fue el que recibió a Levi, abrazando una canasta a pocos metros de la entrada. La imagen de Paige se le vino a la mente y la culpa hizo que tragara saliva con fuerza. Le resultaba increíble pensar que ese chico había estado sufriendo en vano. ¿Cómo reaccionaría el día que se enterase de que la mujer por la que tanto lloró estaba viva y era una genocida?

-¡Capitán! -saludó Conan animadamente.

Levi se detuvo y vagó la vista por el recinto.

-¿Dónde están los demás?

VÉRTEXDonde viven las historias. Descúbrelo ahora