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Levi entró al pasillo justo cuando Hange salía de la enfermería. Sus miradas se encontraron por accidente y eso fue lo único que percibió la líder de escuadrón antes de que el capitán la atrapara del brazo y la llevara a rastras hacia una habitación cercana.

—¿Qué demonios haces, Levi? —protestó Hange, tratando de liberarse mientras él apretaba con fuerza sus dedos huesudos alrededor de su brazo. —¿Dónde están Zenda y Mike? —añadió con urgencia.

El capitán no respondió, ni siquiera la miró, continuó caminando a grandes zancadas.

—Tenemos que hablar.

Levi se detuvo en seco y abrió una de las muchas habitaciones del subsuelo. Dos soldados estaban conversando animadamente en el interior. Se sobresaltaron cuando el capitán irrumpió y los obligó a salir, pidiendo perdón ante su mirada mortífera. Cerró la puerta tras ellos y se volvió hacia Hange, que lo observaba con el ceño fruncido y una expresión de interrogación en el rostro.

—¿Se puede saber qué diablos te sucede?

Levi habló sin rodeos.

—Debes mantenerte alejada de mí. —Sus palabras sonaron más amargas de lo que esperaba.

El silencio pesó entre ellos como un muro de hierro.

—¿Qué dices?

Levi bajó la cabeza y se apoyó contra la puerta.

—Zenda sabe —Levi se detuvo, le costaba admitir en voz alta lo que compartían—. Sabe sobre nosotros.

—¿Qué sabe? —la urgencia en la voz de Hange era palpable.

El capitán alzó la vista. Hange lo miraba con ansiedad, sus ojos marrones cansados por la falta de sueño.

—Lo nuestro —murmuró finalmente Levi.

Hange se dejó caer en una silla de pino junto a una mesa añeja, apoyando la cabeza en la mano.

—¿Cuál es el problema? —se llevó la mano a la frente, como si le doliera mucho la cabeza.

Levi reprimió un suspiro. Una parte de él luchaba por no acercarse y abrazarla.

—No sé si te has dado cuenta de que estás más en peligro de lo que piensas.

—No va a lastimarme —aseguró Hange, captando la preocupación de Levi.

El capitán chasqueó la lengua.

—Sí lo hará —contestó—. Cuando tenga que enfrentarse a mí una vez que la tregua termine.

Hange tragó saliva, sus ojos se agrandaron al entender la amenaza implícita.

—¿Qué quieres decir? —preguntó con un hilo de voz.

Levi apretó la mandíbula y se alejó de la puerta.

—Zenda podría usarlo contra nosotros —dijo con firmeza—. Podría usar lo que tenemos.

Un largo silencio llenó la habitación. Las cejas de Hange se arquearon, su expresión pasó de la confusión a la comprensión gradual.

—¡Es injusto! —exclamó, encogiéndose sobre sí misma—. ¿Cómo estás tan seguro de que sabe?

—Lo sé —mintió Levi, sintiendo la culpa pesar sobre él.

—¡No puede ser! —susurró Hange, la incredulidad tiñendo su voz—. ¿Por qué?

Levi guardó silencio, incapaz de enfrentar su mirada. Sentía que cada palabra era un peso sobre su conciencia, pero sabía que debía protegerla a toda costa.

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