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Seguido de eso, Levi se obligó a salir del asombro de la revelación y concentrarse en Paige.

Bastaba con dar un simple vistazo alrededor para ver la exhibición de muerte, barbarie y locura que ambos fueron capaces de hacer, en cuestión de pocos minutos.

El cuerpo de Benton, con el abdomen atravesado por una cuchilla metálica, sin aliento y con los ojos vacíos, había quedado a metros de distancia. 

Mitras estaba envuelta en una atmósfera pétrea, grisácea y fantasmal, como si la ciudad misma se hubiera vestido de luto, anticipando la llegada de la caterva de muertos que ahora se hallaban desperdigados por cada rincón.

—Mataremos a Gilbert hoy.

Levi soslayó a Paige. Siempre la había considerado un dolor de huevos, pero, ahora, le resultaba una amenaza demasiado inteligente y peligrosa, no solo para Erwin, sino que también para el resto de la humanidad.

Después de todo, se trataba de una líder subversiva. Y estaba completamente fuera de sus cabales.

Tanto Erwin como Levi aguardaron unos segundos antes de hablar. El último fue quien respondió.

—¿Sabes dónde se encuentra? —inquirió el capitán, con un revoltijo en las tripas. Aún tenía la garganta atenazada a causa de la pólvora que persistía en el aire.

Con desinterés, Paige le echó un vistazo furtivo al capitán y se encogió de hombros. Guardó una de sus dos armas en el arnés alrededor de su cintura para luego mirarse las uñas de su mano derecha, todavía cerrada alrededor de su otra arma. Levi distinguió alguna que otra salpicadura de sangre (que no podía descifrar si era de ella o de algún subversivo) en el largo de sus dedos.

—Siempre lo supe —respondió, con sencillez—, aunque podría escabullirse pronto.

—Estamos en desventaja —intervino Erwin.

Paige levantó la vista. Sus ojos verdes brillaban de resentimiento hacia los dos hombres que se encontraban allí, de pie, frente a ella, rodeados de sangre, cadáveres y varios muertos más que cargaban sobre sus espaldas, pero que no provenían solamente de ese día.

Y, en ese sentido, el rencor era recíproco porque el capitán también experimentaba un fuerte rechazo hacia ella. Incluso por un momento, se regocijó con la imagen mental de Paige ardiendo bajo las llamas de un fuego danzante y abrasador, pero la culpa le sobrevino con un espasmo en la boca del estómago y sopesó nuevamente cuál era la razón principal por la que todavía no le había rebanado el pescuezo.

Y la respuesta fue inmediata: El rostro de Hange, atormentado entre lágrimas por la muerte de su ex-mejor amiga, emergió de sus recuerdos.

—¿Lo crees? —preguntó Paige. El capitán pestañeó y volvió a prestarle atención a su adversaria. La chica le devolvía una mirada felina y significativamente ansiosa—. Levi y yo hemos asesinado a todos los que rodeaban la superficie. Creo que podremos con los que aún están bajo tierra.

—No —retrucó Erwin, comedido—. No conocemos el terreno. Necesitamos refuerzos.

Paige gruñó por lo bajo y dio un paso adelante, en dirección a Erwin. El capitán se movió tan rápido como la cola de un zorro y cubrió al comandante con su cuerpo para protegerlo. Sus cuchillas restallaron en un relumbrón plateado, apenas se pusieron en alza por encima de su pecho.

La repentina acción por parte de Levi y el runrún del metal contra el metal entrechocándose, provocó una atisbo de duda en Paige. La joven retrocedió, sorprendida, pero, al cabo de unos segundos, como si hubiera agarrado el coraje necesario para ubicarse centímetros de Levi, se aferró a su arma, negó con la cabeza y siguió caminando. Se detuvo a una distancia prudente.

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