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A la zaga, fragmentos de cemento y ladrillo se levantaron por doquier con un ruido ensordecedor, mientras las balas relumbraban y chasqueaban como un látigo alrededor de Levi.

No obstante, el capitán evitó el ataque armado y avistó a un secuaz de Gilbert agazapado en el tejado de un edificio a su derecha, acompañado de otros dos individuos. Pálido y ante la certeza de la muerte, el hombre percibió su acecho. Dejó caer el arma y empezó a correr por el tejado junto a los otros dos hombres, quienes también se habían rendido y escapaban del lugar. Sin embargo, la inclinación de las tejas dificultaba su velocidad y su desesperación lo hacía moverse con torpeza.

En un último intento por sobrevivir, el sujeto intentó activar su equipo de maniobras, pero Levi lo impidió. Insertó una pinza tridimensional en la garganta del hombre, tiró y lo decapitó con tal brutalidad que escuchó cómo sus músculos se desgarraron; seguido del crujido de los huesos al romperse.

Levi experimentó una morbosa y devastadora satisfacción al ver el cadáver y la cabeza del hombre caer al el tejado, dejando una mancha de sanguinolenta sobre las tejas.

Motivado por el odio, continuó desplazándose a máxima velocidad al tiempo que le daba muerte a cada rebelde que tenía el atrevimiento de dispararle.

Para su suerte, la mayoría de los edificios estaban construidos con el mismo patrón; lo que facilitaba moverse con su equipo de maniobras.

A través de espacios estrechos y algún que otro recoveco, Levi recorrió la distancia que lo separaba de la Ciudad Subterránea. A medida que se desplazaba, Mitras se transformaba en una nube de pólvora y muerte cada vez más copiosa y densa. Muchos hombres gemían de agonía. Otros tantos, pedían clemencia y misericordia.

Pero el capitán no los escuchaba.

Tenía hambre de venganza. 

Quería matar a Zack.

Después de todo, él asesinó a Benton. 

<<Por tu culpa>> , pensó Levi.

Las balas cesaron y el eco de los alaridos también.  Se desvanecieron con la caída del último muerto, dejándolo a Levi solo con el zumbido en sus oídos y la culpa que le carcomía su cabeza como una termita. Benton estaba en lo cierto. Él jamás lo entendería porque nunca tuvo una familia... 

Y lo mínimo que podía hacer, en nombre de su viejo colega, era acabar con la vida de Zack.

El capitán aprovechó la pausa para recobrar el aliento y buscar al rebelde con la mirada por encima de los cuerpos desmembrados, laxos y aplastados que habían esparcidos en el suelo. El sudor resbala por su frente, pero no solo por la trifulca sino que también por la impresión.

La escena era similar al reguero de muerte y destrucción que dejaban los titanes después de abordar a una tropa a las afueras de las Murallas. 

Aunque esta vez no había titanes.

Él mismo había arrasado con todo dentro de la capital de la humanidad.

Las suelas de sus botas estaban untuosas como mermelada y las extremidades de su cuerpo se encontraban llamas.

Levi sacudió la cabeza. No había tiempo para lamentos ni reproches. Debía matar a Zack, pero, pese a que se movía de aquí para allá, no podía hallar al rebelde por ningún lado.

Entonces buscó a Petra, pero tampoco la encontró. Había desaparecido también, arrastrada por la corriente del caos. No estaba escondida en los tejados o bajo el peso de algún que otro escombro, que se había derrumbado con la balacera. Tampoco la reconoció entre los muertos.

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