VÉRTEX

23

"Quiero morir siendo esclavo de los principios, no de los hombres"

Emiliano Zapata.

Año 847, dos años después de la caída del Muro María.

El grito de frustración por parte de Hange sobresaltó a Levi. Ubicado en una mesa pequeña y redonda de algarrobo, el capitán miró a la chica de pie frente al espejo victoriano. La líder de escuadrón tenía las cejas hundidas y se mordía los labios, mientras luchaba con el nudo de una corbata negra alrededor de su cuello.

-¡Esto es una mierda! -sentenció, dándole un puntapié al piso de madera-. ¿Cómo pueden usar corbata? ¡Es tan incómodo y molesto!

Levi agarró por el centro la taza que estaba sobre la mesa y le dio un sorbo a su té caliente.

-Sobre todo para alguien que nunca se baña ni se arregla.

-Lo siento -la voz de Hange era mordaz-. No todos somos unos monstruos perfeccionistas como tú.

El capitán volvió la vista al periódico de la capital y habló calmadamente.

-Soy un hombre de cuidados -se excusó-. Que la mugre te tape el cerebro no es mi culpa.

Hange resopló, pero esta vez dejó correr el comentario y continuó lanzando exclamaciones quejumbrosas al tiempo que pugnaba con el nudo de su corbata.

La habitación que habían alquilado en Mitras resultó ser bastante elegante, cómoda y sofisticada. Estaba revestida de un rojo carmesí profundo e intenso que combinaba a la perfección con los muebles y el suelo de madera oscura. Había una mesa, un armario labrado y una ventana con visillos blancos debajo de dos camas individuales. En el centro de la habitación, descansaba una alfombra amplia con un peculiar diseño de flores, un espejo y próximo a la entrada había un perchero de pie.

Levi se limitó a seguir con su lectura. Las noticias de la capital eran tétricas. Hacía más de dos meses que aparecían miembros de la Policía Interior asesinados a quemarropa en Mitras. La información que se tenía hasta entonces era que el asesino no actuaba solo. Se especulaba con la idea de que era un grupo previamente armado y entrenado. Los ataques se realizaban en simultáneos en diversos puntos de Mitras. Según lo que insinuaba el periódico de la capital, la Corona creía que los perpetradores tenían contactos con algunas de las tres fuerzas de la humanidad. Eso explicaba las visitas frecuentes a la Legión por parte de Nile Dot, el jefe de la policía interior, y Darius Zackley, mandatario de las tres fuerzas.

Erwin le había comentado que estaban buscando información acerca de todos los soldados actuales, exiliados y retirados del Cuerpo de Exploración. El comandante le informó que hasta el momento no había notado nada extraño en su tropa. Solo Paige Stone había desertado. Sin embargo, la chica fue encontrada en Orvud, a unas pocas semanas de su desaparición, y ejecutada por la Policía Interior a los días siguientes. Después de Paige, Erwin no recordaba a otro desertor en un período de cinco años y los miembros que lograban jubilarse no terminaban en condiciones precisamente óptimas para pelear.

Levi conocía a una sola persona que podía llegar a ensañarse tanto con la Policía Interior: Kenny.

Dudaba que aquel viejo zaparrastroso estuviese vivo, pero conservaba una mínima esperanza de hablar con él. Quería preguntarle por qué salvó su vida y después lo abandonó a su suerte. Necesitaba saber qué clase de vínculos los unía. ¿Era amigo de su mamá? ¿Un novio? ¿Un hermano? ¿Acaso Kenny era su padre? Le asaltó un escalofrío. La idea era más aterradora de lo que creía.

-¡Basta! -chilló Hange-. ¡Me cansé!

Un tanto enojada, un tanto fastidiada, la soldado caminó hacia el capitán. Se desplomó en la silla contigua, desajustó su camisa y arrojó la corbata sobre la mesa. Tan pronto Levi la observó, notó algo y tuvo que hacer un gran esfuerzo por mantener el aplomo. Ese día la encontraba más atractiva que nunca. Tenía el cabello bermejo sedoso, fragante y recogido a la mitad de su cabeza. Llevaba un traje de tres piezas color azul que olía a colonia de fresas. Los veinte años le habían sentado más que bien.